¡Cuídense del desenfreno!
El cuerpo no es para el desenfreno, sino para el Señor y el Señor es para el cuerpo.
¿No saben acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? No se engañen: ni los que tienen relaciones sexuales prohibidas, ni los que adoran a los ídolos, ni los adúlteros, ni los homosexuales y los que sólo buscan el placer, ni los ladrones, ni los que no tienen nunca bastante, ni los borrachos, ni los murmuradores, ni los que se aprovechan de los demás heredarán el Reino de Dios. Tal fue el caso de algunos de ustedes, pero han sido lavados, han sido santificados y rehabilitados por el Nombre de Cristo Jesús, el Señor, y por el Espíritu de nuestro Dios.
Todo me está permitido, pero no todo me conviene. Todo me está permitido, pero no me haré esclavo de nada. La comida es para el estómago y el estómago para la comida; tanto el uno como la otra son cosas que Dios destruirá. En cambio el cuerpo no es para el desenfreno, sino para el Señor, y el Señor es para el cuerpo. Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros con su poder.
¿No saben que sus cuerpos son miembros de Cristo? ¿Puedo, entonces, tomar sus miembros a Cristo para hacerlos miembros de una prostituta? ¡Ni pensarlo! Pues ustedes saben muy bien que el que se une a una prostituta se hace un solo cuerpo con ella. La Escritura dice: Los dos serán una sola carne. En cambio, el que se une al Señor se hace un solo espíritu con él. Huyan del desenfreno. Cualquier otro pecado que alguien cometa queda fuera de su cuerpo, pero el que cae en el desenfreno peca contra su propio cuerpo. ¿No saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, que han recibido de Dios y que está en ustedes? Ya no se pertenecen a sí mismos. Ustedes han sido comprados a un precio muy alto.
Procuren, pues, que sus cuerpos sirvan a la gloria de Dios.
(Santo Apóstol Pablo, Epístola I a los Corintios. 6, 9-20)