De cómo nos hacemos hijos de Dios
Dios no obliga al hombre y mucho menos lo fuerza para que lo ame. Pero, por medio del amor, es decir, con el cumplimiento de los mandamientos, el hombre viene a heredar la vida eterna.
El cumplimiento de los mandamientos esconde un profundo misterio divino. Dios ha dado poder, a quienes creen en Su nombre, para que sean hijos Suyos (Juan 1, 12). Por tal razón, los Santos Padres dicen que Dios se oculta en los mandamientos, o que Él es la esencia misma de las virtudes.
A medida que el hombre va cumpliendo los preceptos de Dios, el poder divino que hay latente dentro de él se hace cada vez más manifiesto; con cada buena acción que realiza el hombre, la imagen divina en él se revela cada vez más, y él se vuelve cada vez más semejante a Dios, convirtiéndose en hijo Suyo y heredero de la vida eterna. Dios no obliga al hombre y mucho menos lo fuerza para que lo ame. Pero, por medio del amor, es decir, con el cumplimiento de los mandamientos, el hombre viene a heredar la vida eterna. Y, ya que Dios preparó para el hombre Su Reino desde la fundación del mundo y, además, desea que todos los hombres lo obtengan, ordena: “Sed perfectos. Sed buenos. Sed misericordiosos, como lo es vuestro Padre Celestial, para poder estar siempre con Él”. Luego, el cumplimiento de los mandamientos no es responsabilidad de Dios, como sucede con los mandatos humanos, sino que es un deber para con nosotros mismos, el principal interés de nuestra vida.
(Traducido de: Protosinghelul Petroniu Tănase, Ușile pocăinței, meditații duhovnicești la vremea Triodului, Editura Mitropoliei Moldovei și Bucovinei, Iași, 1994, p. 24)