Dios, la alegría de los hombres
Lo que es de Dios, es bueno y eterno. Al comienzo, como una insignificante semilla, aparece en nuestro corazón bajo el aspecto de un ínfimo impulso, un buen deseo; después, empieza a crecer poco a poco y a abarcar todos nuestros pensamientos, todos nuestros sentimientos, incluso nuestra alma y nuestro cuerpo, creciendo como un árbol grande y frondoso.
Ninguna cosa perecedera, pasajera, podría saciar al hombre. Si algo nos parece provechoso, no le creamos: no estará haciendo más que adularnos. Pero no lo hará por mucho tiempo: nos engañará, se apartará sigilosamente, desaparecerá, y nos dejará en la miseria y el infortunio.
Lo que es de Dios, al contrario, es bueno y eterno. Al comienzo, como una insignificante semilla, aparece en nuestro corazón bajo el aspecto de un ínfimo impulso, un buen deseo; después, empieza a crecer poco a poco y a abarcar todos nuestros pensamientos, todos nuestros sentimientos, incluso nuestra alma y nuestro cuerpo, creciendo como un árbol grande y frondoso. Las “aves” del cielo, es decir los pensamientos y contemplaciones angélicas, vendrán pronto a vivir en sus ramas. Todo esto debe ocurrir con el cristiano durante su vida terrenal. Aquel que participe de esto se verá, cuando entre a la eternidad, rico en tesoros espirituales, en una felicidad que no tiene fin. Ese estado de felicidad se puede alcanzar ya aquí, en esta vida; es un gozo eterno previo a entrar realmente a la eternidad con la muerte del cuerpo. Semejante forma de vida es ya desde este mundo una vida eterna.
(Traducido de: Sfântul Ignatie Briancianinov, De la întristarea inimii la mângâierea lui Dumnezeu, Editura Sophia, 2012, pp. 204-205)