El amor de Cristo por nosotros, así como somos, es nuestra oportunidad
Los hambrientos eran alimentados, pero Quien los alimentaba era rechazado. Los muertos resucitaban, mas los envidiosos morían de ira. Los demonios eran expulsados, y el Que los sacaba sufría las ofensas de los demás. Los leprosos eran sanados, los cojos andaban, los sordos oían, pero su Benefactor era perseguido. Finalmente, condenaron a muerte al Dador de Vida. Este amor por la humanidad, así como es ella, que nunca estuvo ni cerca de perderse, llevó a Jesús a cargar con una cruz muchísimo más pesada, que sigue portando hasta hoy, y a la que se clava aún más con cada una de nuestras maldades diarias, hasta el fin de los tiempos.
La paciencia ante el mal sufrido y soportar la humillación a la que te somete este mundo son dos formas fuertes de vencer al mal. La imagen perfecta de la humildad nos fue dada por Cristo, en la Cruz. Él, Hijo y gloria del Padre, Dios verdadero, no se opuso a la falta de fe de Judas, sino que aceptó lo que éste hizo. Aceptó sufrir la peor de las humillaciones, porque, siendo Dios, sabía qué poder tiene la humildad; soportó golpes, escupitajos, coronas de espinas, azotes y ser clavado en la Cruz entre ofensas. Aún así, no esta era la cruz más pesada que le esperaba. Porque ésta la cargó en Sus espaldas. La otra es más pesada aún, a la cual fue clavado Su rostro: el inmenso dolor de Su misericordia por la humanidad. Esta cruz no la siente sino quien no sufre por causa del otro, sino que, entendiéndolo, lo perdona siempre y lava su veneno con el rocío del cielo de su alma.
Estos hombres, que sufrían de una maldad enfermiza y no conocían la divinidad de Jesús, representan esa forma de veneno espiritual en contra Suya. Envenenados de maldad, representan el colmo de la envidia humana en contra de lo sublime, en contra de Jesús. ¿Por qué envidiaban a Jesús? Por los milagros obrados con los pobres y marginados, los primeros en ser llamados a la salvación.
Los hambrientos eran alimentados, pero Quien los alimentaba era rechazado. Los muertos resucitaban, mas los envidiosos morían de ira. Los demonios eran expulsados, y el Que los sacaba sufría las ofensas de los demás. Los leprosos eran sanados, los cojos andaban, los sordos oían, pero su Benefactor era perseguido. Finalmente, condenaron a muerte al Dador de Vida. Este amor por la humanidad, así como es ella, amor que nunca estuvo ni cerca de perderse, llevó a Jesús a cargar con una cruz muchísimo más pesada, que sigue portando hasta hoy, y a la que se clava aún más con cada una de nuestras maldades diarias, hasta el fin de los tiempos.
También nosotros podemos contarnos entre los judíos que lo clavaron a la Cruz, cada uno de nosotros, porque Jesús está en todos los siglos. Deberíamos seguir a Jesús en todo nuestro camino terrenal, al menos mientras nos comprenda esa hambre y sed por las cosas efímeras. El modelo, la perfección de Jesús, en la obediencia y en la renuncia a sí mismo por amor a los demás, levantó de entre los cristianos la innumerable sucesión de piadosos y mártires, quienes por amor a Él fueron felices y sufrieron terribles tormentos por parte de los infieles de cada época.
(Traducido de: Părintele Arsenie Boca, Lupta duhovniceasca cu lumea, trupul şi diavolul, ediție revizuită, Editura Agaton, Făgăraș, 2009, pp. 88-90