¿El amor que nos une en este mundo subsiste cuando morimos?
¿Es posible que el amor que nos une en este mundo —el cual muchas veces es tan fuerte, que nos lleva a sacrificarnos por la persona amada— subsista aún después de morir?
¿Es posible que los que han partido ya a la vida eterna sigan amándonos? Y si el amor existe también en la vida eterna, ¿cómo se manifesta, cómo es que, partiendo del mundo invisible, llega hasta donde estamos nosotros? ¿Existen testimonios del vínculo entre personas separadas por la muerte? ¿Qué deberes tenemos los que aún vivimos para con esos que ya no están entre nosotros?
El espíritu eterno insuflado por Dios —“Entonces Dios formó al hombre con polvo de la tierra; luego sopló en sus narices un aliento de vida, y existió el hombre con aliento y vida.” (Génesis 2,7) – llenando la naturaleza humana, cuerpo y alma, otorga a esta última sus características eternas. Y los más importantes de esos rasgos son el amor, la compasión y otros semejantes. Ciertamente, el amor, la compasión y las otras características del alma no la abandonan en su nueva vida, más allá del sepulcro; si así fuera, ¡dejaría de ser alma! En consecuencia, los difuntos aman a los vivos y participan de lo que ellos hacen.
La misericordia es fruto del amor divino y ser compasivo consiste en mantener en el corazón, vivamente, el estado de nuestro semejante. El Apóstol Pablo dice que el amor no muere (I Corintios 13,8); así las cosas, el estado de los difuntos —en el Cielo o en el infierno— permanece incesantemente en contacto con los que aún viven. Hablando de los miembros de nuestro cuerpo, el Apóstol habla también de los miembros del cuerpo de Cristo, de la Iglesia. Todos sabemos que los miembros de nuestro cuerpo se sirven unos a otros; lo mismo sucede con aquellos que, unidos por un amor espiritual, desean ayudarse y amarse recíprocamente, a pesar de la distancia que los pudiera separar. Y mientras el alma no pierda su inclinación al amor espiritual, sea en este mundo, sea en el otro, no podrá dejar de tomar parte activa en la vida de las almas a quienes ama.
Por eso, los reposados se compadecen de los que aún viven, mientras que estos tienen el deber de preocuparse por la suerte de aquellos.
(Traducido de: Părintele Mitrofan, Viața repausaților noștri și viața noastră după moarte, Editura Credința strămoșească, Petru Vodă – Neamț, 2010, pp. 57-59)