El deber de acoger y atender a nuestros visitantes
La norma suprema es el amor, y este anula las demás “normas” que el hombre haya asumido libremente, ya que el amor es el mandamiento supremo de Cristo. Esto es válido, sin duda alguna, especialmente en el caso de los enfermos y los ancianos.
Si las pasiones se hallan estrechamente ligadas entre sí y su existencia se revela especialmente en las relaciones humanas, entonces es de esperar —también a la inversa— que el verdadero sentido de la comida sea el más fácil de entender (en las relaciones humanas). Una gran multitud de textos nos hablan de la hospitalidad, la cual, sobre todo en las regiones desérticas y solitarias donde vivían los Santos Padres, donde no había ni hoteles ni tiendas para aprovisionarse, tenía un sentido completamente distinto al del mundo occidental moderno, caracterizado por su abundancia de todo. Los huéspedes dependían literalmente de la hospitalidad de su anfitrión, quien con cada visita estaba obligado a compartir con todos sus invitados hasta el último trozo de pan.
Por eso, el acto de comer juntos representaba, para los monjes, un valor muy especial, no solamente los sábados, los domingos o los días festivos, cuando se reunían en la Divina Liturgia y en el ágape posterior a los oficios en la iglesia. En dichas reuniones no faltaba el vino, aunque cada uno bebía solamente un vaso. Tener huéspedes prácticamente significaba organizar un banquete. Y esto ocurría cada vez que había visitas, aunque esto tuviera lugar varias veces al día. Entonces el ayuno se suspendía momentáneamente. Quien haya viajado por esos lejanos parajes habrá comprobado que, aun en nuestros días, los monasterios reciben con gran generosidad y deferencia a sus visitantes, incluso en los más ajetreados momentos del día. Evidentemente, siempre hay una forma de calcular cuándo vendrá un nuevo huésped, y al anfitrión no le sirve de nada excusarse argumentando que ya ha almorzado tres veces…
El mandamiento de la hospitalidad tiene una sacralidad tan intangible, que ni siquiera a Evagrio se le ocurrió limitarlo. Él solamente recomienda que es mejor disculparse si uno recibe demasiadas invitaciones para sentarse a comer, o, si es necesario atender muchas visitas, elegir una celda un poco más lejana. Esto no anula el mandamiento de la hospitalidad. ¿Por qué, entonces, estas medidas de precaución? Porque el anfitrión está obligado a comer cada vez con sus visitantes… ¡así sea seis veces al día!
En consecuencia, la norma suprema es el amor, y este anula las demás “normas” que el hombre haya asumido libremente, ya que el amor es el mandamiento supremo de Cristo. Esto es válido, sin duda alguna, especialmente en el caso de los enfermos y los ancianos.
“A los ancianos dales vino, y a los débiles, las mejores viandas, porque se ha desolado la carne de su juventud”.
(Traducido de: Ieroschimonahul Gabriel Bunge, Gastrimargia sau nebunia pântecelui – știința și învățătura Părinților pustiei despre mâncat și postit plecând de la scrierile avvei Evagrie Ponticul, traducere pr. Ioan Moga, Editura Deisis, Sibiu, 2014, pp. 131-133)