El esfuerzo ascético del cuerpo y del alma
La unión del ayuno del cuerpo con el del alma le ofrece a Dios “el sacrificio más agradable y una morada de santidad en lo profundo del corazón sin mancha”.
Si mantenemos la mirada del alma dirigida a las cosas del Cielo, al objetivo de nuestro esfuerzo ascético y hacia la “dignísima recompensa” de Cristo, apartándonos de lo material y pasajero, venceremos “el apetito de la boca y del vientre, con el auxilio de esa mirada” dirigida hacia Dios.
En consecuencia, al ayuno del cuerpo tenemos que sumarle el del alma, porque también el alma conoce alimentos “perniciosos” a los que debe renunciar: el desenfreno, la envidia, la vanidad, etc. Si practicamos solamente el ayuno y la abstinencia del cuerpo, ignorando la templanza del alma, todo nuestro esfuerzo será vano, porque terminaremos ensuciando “la parte más preciosa” de nuestro ser, es decir, el corazón, que es la morada del Espíritu Santo.
Y es que la unión del ayuno del cuerpo con el del alma le ofrece a Dios “el sacrificio más agradable y una morada de santidad en lo profundo del corazón sin mancha”.
(Traducido de: Sfântul Ioan Casian, Virtutea înfrânării-tămăduitoare a lăcomiei pântecelui, Editura Trinitas, Iași, 2003, pp. 9-10)