El verdadero arrepentimiento
“Si aquí, en la tierra, tuve que padecer esto, ¿qué me estará esperando en la eternidad?”
Relataba el abbá Juan, el de las Celdas, que hubo una mujer muy conocida en Egipto, hermosa y acaudalada, pero con una deplorable vida de pecado, que era frecuentada constantemente por toda clase de potentados. Un día, cuando pasaba frente a una iglesia, pensó en entrar un momento para orar. Pero el hipodiácono, quien se mantenía todo el tiempo en la puerta del templo, no la dejó pasar, y le dijo: “No eres digna de entrar en la casa de Dios, porque eres impura”. Ella insistió, pero el clérigo le repitió con vehemencia que no la podía dejar entrar. Al escuchar tan encendida discusión, el obispo del lugar, que en aquel momento también se hallaba en la iglesia, se acercó para indagar sobre lo que estaba sucediendo. La mujer le dijo: “¿Es que no puedo entrar, padre?”. Y el obispo respondió: “No lo tienes permitido, porque, en verdad, eres impura”. Entonces, postrándose de rodillas con toda humildad, la mujer dijo: “¡No volveré a pecar!”. El obispo asintió y agregó: “Si traes aquí todas tus riquezas, estaré convencido de que no pecarás más”. Llena de determinación, la mujer corrió a su casa y, metiendo su dinero y sus joyas en un saco, lo llevó a la iglesia. El obispo, que la estaba esperando, tomó todas esas cosas e hizo que encendieran una hoguera afuera de la iglesia, en donde aquel dinero y las joyas fueron incinerados. Al final, la mujer entró a la iglesia acompañada del obispo y, entre lágrimas, dijo: “Si aquí, en la tierra, tuve que padecer esto, ¿qué me estará esperando en la eternidad?”. Y desde ese momento cambió por completo su forma de vida, dedicándose a cultivar las virtudes cristianas.
(Traducido de. Patericul, ediția a IV-a rev., Editura Reîntregirea, Alba-Iulia, 2004, p. 121)