Palabras de espiritualidad

Esa nobleza suprema que es el perdón

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

Aprendamos a no desesperar como Judas —quien no creía que Cristo era lo suficientemente bueno como para querer perdonarle, ni lo suficientemente poderoso como para perdonarle—, y a imitar al Santo Apóstol Pedro, quien se arrepintió, lloró amargamente y no dudó de la indulgente voluntad de Su maestro.

Perdonar es, esencia, un atributo divino (el perdón humano apareció, en consecuencia, como una prueba más de la presencia del hálito divino en la criatura), Sólo Cristo puede, como con una esponja, limpiar completamente una tabla negra llena de pecados, o borrar todos las faltas y malos pensamientos grabados en la película de una vida entera. Esforzándonos en perdonar y aprendiendo a practicar el perdón en sus formas más sutiles (con con aquellos a quienes hemos ofendido, y con nosotros mismos, después de habernos arrepentido en verdad) nos acercamos al entendimiento del perdón divino. No era el Juicio de Cristo lo que arredraba a Marcel Jouhandeau, sino el suyo mismo: si se dejara llevar por su mente obtusa, su corazón petrificado y la persistencia de su maldad, seguramente acabaría condenándose a sí mismo. Más que nuestra propia voluntad, son la bondad y la generosidad del Señor quienes nos libran del infierno. ¡Qué difícil de alcanzar nos resulta la nobleza suprema del perdón! Y el misterio radica precisamente en el hecho de que el poder de lo alto, por medio de la misericordia y la Gracia, libra a la criatura de la oscuridad de la ignominia y le revela la luz del Gólgota, libre, infinita, triunfante sobre las tinieblas..

Aprendamos a creer en el perdón, a atrevernos a creer así. Oremos para ser sanados de la pusilanimidad. Aprendamos a no desesperar como Judas —quien no creía que Cristo era lo suficientemente bueno como para querer perdonarle, ni lo suficientemente poderoso como para perdonarle—, y a imitar al Santo Apóstol Pedro, quien se arrepintió, lloró amargamente y no dudó de la indulgente voluntad de Su maestro.

(Traducido de: Nicolae Steinhardt, Dăruind vei dobândi, Cuvinte de credință, Editura Mănăstirii Rohia, 2006, pp. 155-156)