Fuiste paciente ante la ofensa: ¡Esta es la victoria que no se ve!
Si alguno se burló de tí, pero tú, en lugar de responderle, oraste por él, ¡has demostrado grandeza de espíritu! Si alguien te maldijo, pero tú le respondiste bendiciéndolo, ¡has avergonzado a los enemigos de tu alma! Tales forma de conducta están llenas del espíritu del Evangelio.
El mismo Señor Jesucristo, Quien vino, no a engañarnos, sino a revelarnos la verdad sobre el mundo y la vida espiritual, nos demostró que existe el enemigo, al expulsar demonios (Mateo 8, 32). Y en el Padre Nuestro, Él nos enseñó a decir “mas líbranos del astuto”, es decir, del maligno.
He aquí en contra de quién debemos dirigir nuestra lucha: las huestes invisibles del maligno. Comete un gran error el que empieza una guerra en contra de su semejante, porque cambia de frente y de objetivo, dañando enormemente su propia alma. Y aún en las más brillantes victorias en contra de su semejante, tal guerrero insensato no consigue sino derrotarse a sí mismo, porque ha permitido que sus propias pasiones lo dominen.
“¡Lo insulté! ¡Ahora se va a acordar de mí!”, se ufana uno que ha ofendido con crudeza a su semejante. Pero no se da cuenta que, así como sucede con la abeja cuando inserta su aguijón, el daño más grande se lo hace a sí mismo, porque muere. De la misma manera, el que ofende a alguien sufre espiritualmente mucho más que aquel al que ha insultado, porque ha muerto para el amor y, en consecuencia, para la salvación.
“¡Me he vengado!”, repite otro, con orgullo. Pobre, no se da cuenta del daño que se ha hecho a sí mismo, actuando con odio.
“Le puse una trampa”, dice un tercero, frotándose las manos, pero no ve que él mismo ha caído en otra aún más peligrosa, ésa que el astuto le ha tendido, para atraparlo en las redes del odio. Tal forma de lucha nunca deja vencedores, únicamente vencidos. No trae ningún honor, sino deshonra frente a Dios y Sus ángeles. El Evangelio de Cristo no te brinda ningún prez y no te corona con la victoria si eres duro y vengador, sino entonces cuando eres dócil, amoroso, paciente y conciliador.
Si alguno se burló de tí, pero tú, en lugar de responderle, oraste por él, ¡has demostrado grandeza de espíritu! Si alguien te maldijo, pero tú le respondiste bendiciéndolo, ¡has avergonzado a los enemigos de tu alma! Tales forma de conducta están llenas del espíritu del Evangelio. que exclama:
“Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y recen por sus perseguidores, para que así sean hijos de su Padre que está en los Cielos. Porque él hace brillar su sol sobre malos y buenos, y envía la lluvia sobre justos y pecadores.” (Mateo 5, 44-45)
Y, de esta manera, la lucha espiritual no es en contra del cuerpo y la sangre, sino en contra de los espíritus de la astucia. Sólo el odio en contra de ellos es virtuoso y legítimo, justo y salvador.
(Traducido de: Arhimandritul Serafim Alexiev, Viața duhovnicească a creștinului ortodox, Editura Predania, București, 2010, pp. 11-12)