Palabras de espiritualidad

"¡He aquí el Hombre!"

  • Foto: Oana Nechifor

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¡He aquí el Hombre carente de todo odio y maldad! ¡He aquí el Hombre sereno en medio de la tormenta de odio y maldad, sufrida por parte de los hombres y los demonios!

"¡He aquí el Hombre!" gritó Pilato a la multitud de judíos, presentándoles a Cristo con una corona de espinas y un manto púrpura. ¿Por qué utilizó esas palabras Pilato? ¿Por asombro ante la entereza, serenidad y silencio de Cristo, o con el fin de ganarse la simpatía de los judíos? Probablemente, por ambas razones.

Exclamemos también nosotros, con asombro: “¡He aquí el hombre!”. He aquí el Hombre vivo, verdadero y vencedor, el hombre tal y como lo constituyó Dios, al crear a Adán. He aquí el Hombre, manso, humilde y obediente a la Voluntad de Dios, tal como era Adán en el Paraíso antes de pecar y ser arrojado fuera. ¡He aquí el Hombre carente de todo odio y maldad! ¡He aquí el Hombre sereno en medio de la tormenta de odio y maldad, sufrida por parte de los hombres y los demonios!

Su lucha tuvo lugar en el Jardín de Getsemaní. Mientras Él clamaba, por tercera y última vez, "¡Hágase Tu voluntad!", la paz vino a Su alma. Esta paz que le mantuvo incólume fue lo que enfadó a los judíos y asombró a Pilato. Ciertamente, Cristo dejó Su cuerpo a la Voluntad del Padre, de la misma manera que, más tarde, entregaría Su alma en Sus manos. Cristo sometió totalmente Su voluntad humana a la Voluntad Divina del Padre Celestial.

Al no desear el mal para ningún hombre, el sapientísimo Cordero cayó de rodillas bajo el peso de la Cruz, de camino al Gólgota. Y no era la madera de la Cruz lo más pesado en aquel estremecedor momento: lo eran los pecados del mundo, esos que, junto a Su cuerpo, habrían de ser clavados en los leños de la Cruz.

(Traducido de: Sfântul Nicolae Velimirovici, Predici, Editura Ileana, București, 2006, p. 213)