Juzgar a los demás es siempre una forma de orgullo
Por eso, la Palabra de Dios llama a esta clase de personas “falsos”. El cristiano, después de haber sido sanado por la Palabra y el Espíritu de Dios, recibe una correcta visión de su propia constitución espiritual y de la de los demás.
El hombre que se deja guiar por el pensamiento mundano y carnal es incapaz de juzgar correctamente, tanto su propio estado interior como el de los demás. Él se juzga a sí mismo y a los otros de acuerdo a la forma en que se imagina a sí mismo y según el aspecto exterior de los demás, siempre guiado una forma equivocada de pensar. Por eso, la Palabra de Dios llama a esta clase de personas “falsos”. El cristiano, después de haber sido sanado por la Palabra y el Espíritu de Dios, recibe una correcta visión de su propia constitución espiritual y de la de los demás.
Esa profana forma de pensar, golpeando como una viga al prójimo que ha errado, siempre lo perturba, no raras veces lo extravía, jamás produce algún beneficio y, además, carece de toda fuerza sobre el pecado. Al contrario, el pensamiento espiritual obra sobre las debilidades espirituales del prójimo, apiadándose de él, sanándole y salvándole. Cuando se recobra el entendimiento espiritual, las debilidades y pecados de nuestros semejantes empiezan a parecernos insignificantes, siendo redimidos por nuestro Señor y fácilmente sanados por medio de la contrición... esas mismas faltas y debilidades que, según nuestra anterior forma de pensar, eran inmensas e importantísimas. Resulta, entonces, fácil de reconocer que era nuestra pervertida mente lo que les otorgaba aquella magnitud de antes.
Esa forma forma de pensar, mundana, carnal, ve en el otro pecados que ni siquiera existen. Por eso, quienes se dejan atrapar por un fervor excesivo caen, usualmente, en el pecado de juzgar y condenar a sus semejantes, convirtiéndose, así, en marionetas de los espíritus impuros.
(Traducido de: Sfântul Ignatie Briancianinov, Despre înșelare, Editura Egumenița, 2010, Galați, pp. 13-14)