La auténtica “primavera de las almas”
El creyente que ayuna tiene que dejar de alimentar su egoísmo, pensando más en Dios (especialmente con una oración más frecuente y ferviente) y en su semejante (practicando la caridad, ayudándolo material, psicológica y espiritualmente, orando más por él...).
El ayuno es una oportunidad privilegiada para la renovación interior y crecimiento espiritual; un ayuno bien realizado trae consigo frutos abundantes y agradables.
El ayuno cuantitativo tiene, ante todo, una función reguladora frente al ayuno cualitativo: permite el sometimiento del cuerpo y la obtención de los resultados deseados para el alma, cuando el ayuno cualitativo no es suficiente.
Los esfuerzos realizados a nivel del cuerpo, de los instintos o de las inclinaciones que dependen de él, tienen que ser acompañados de un trabajo a nivel de la mente y el corazón. Dicho de otra manera, el ayuno y la templanza de los períodos de ayuno tiene que consistir en una abstinencia de los pensamientos negativos (imaginaciones, recuerdos, figuraciones), los deseos y los malos sentimientos, así como del hablar en vano, de juzgar a los demás y condenarlos, de la envidia, etc.
El creyente que ayuna tiene que dejar de alimentar su egoísmo, pensando más en Dios (especialmente con una oración más frecuente y ferviente) y en su semejante (practicando la caridad, ayudándolo material, psicológica y espiritualmente, orando más por él...).
El ayuno siempre se ha caracterizado por tener una cierta dualidad. La Cruz puede causar tristeza, si pensamos en el sufrimiento y la muerte de nuestro Señor Jesucristo, pero, al mismo tiempo, es también una fuente de regocijo, como señal de Su victoria sobre los poderes de la oscuridad, sobre las tentaciones y sobre la muerte misma.
Los períodos de ayuno son también una ocasión inmejorable para la renovación espiritual, cuando, por medio de las distintas prácticas ascéticas, el fiel hace que en su interior el hombre “viejo” muera para que el hombre nuevo pueda nacer y crecer en su lugar.
La renovación espiritual en el período del Ayuno Mayor (de la Cuaresma), que tiene lugar en la primavera, es como una “primavera espiritual de las almas”, según la expresión de San Juan Crisóstomo.
En un primer nivel, el significado y el valor espiritual del ayuno y de la continencia es sacrificial, de ofrenda presentada a Dios, a Quien el hombre consagra el tiempo y las fuerzas espirituales que hay en su ser.
Una de las funciones del ayuno y la abstinencia es la de llegar a un mejor dominio del cuerpo, para que pueda someterse a la mente, para controlar sus impulsos y sus distintas inclinaciones, así como sus estados indeseables desde un punto de vista espiritual.
En tanto que la comida y la bebida “esclavizan al alma” y los sentidos, y las pasiones (especialmente las que están relacionadas con la comida, los placeres carnales y el amor al dinero y los bienes materiales) hacen al hombre esclavo del mundo sensible y tangible, el ayuno, la templanza y la caridad (que tiene que ser practicada con mayor intensidad al ayunar, como nos exhortan los Santos Padres) hacen que el hombre se aparte de este mundo terrenal para alzarse al mundo inteligible y divino.
El ayuno ralentiza las funciones del cuerpo, dándole descanso desde un punto de vista fisiológico, y ese descanso se manifiesta también en lo psíquico, bajo la forma de una serenidad interior de todos los sentidos y aptitudes, y, en el plano espiritual, con la forma de una paz que sienten absolutamente todos aquellos que lo practican como es debido.
(Traducido de: Jean-Claude Larchet, Viața Liturgică, Editura Doxologia, 2017, p. 159, p. 166, p. 172, p. 175, pp. 182-183, p. 188, p. 191)