Palabras de espiritualidad

La escalera de la verdadera contrición

    • Foto: Ioana Zlotea

      Foto: Ioana Zlotea

Tenemos que confesar nuestros pecados, comprometidos a no volver a cometerlos y a arrepentirnos toda nuestra vida por ellos. Esta es la verdadera contrición.

Para alcanzar la verdadera contrición, el padre Joel Gheorghiu reomendaba:

—Tenemos que confesar nuestros pecados, comprometidos a no volver a cometerlos y a arrepentirnos toda nuestra vida por ellos. Esta es la verdadera contrición. 

En un manuscrito, dejó consignado cuáles son los siete niveles de la contrición:

“Por medio de lo siguiente es posible el perdón de quien se arrepiente:

Primero, la contrición, que conlleva la determinación de no volver a caer en pecado.

En segundo lugar, lamentarse con lágrimas por los pecados cometidos, no por cosas terrenales.

En tercer lugar, la caridad, es decir, dar a los necesitados en secreto, sin envanecerse por ello y con amor.

En cuarto lugar, perdonar las ofensas de los demás. Si alguien te hace el mal, perdónalo y no le devuelvas mal con mal.

En quinto lugar, practicar el amor al prójimo sin hacer diferencias, sino con todos, grandes y pequeños, con quienes te aman y también con quienes te insultan.

En sexto lugar, la humildad, porque perdona toda falta.

En séptimo lugar, no juzgar ni condenar a nadie”.

Hablando de las sectas, decía lo siguiente: 

—Las sectas son una señal apocalíptica, visible, de nuestros días. Una señal de la desobediencia y el orgullo, que mata y engaña a muchos. Las sectas son las desviaciones de la Iglesia de Cristo en la actualidad. Nosotros, los monjes, no podemos hacer otra cosa que orar a Dios por la defensa de la fe correcta y demostrar con nuestra vida y nuestros actos que somos hijos de la Iglesia de Cristo y que guardamos la fe verdadera. Además, estamos obligados a conocer bien los dogmas ortodoxos y la Santa Escritura, para poder explicar y aconsejar en la fe verdadera a quienes nos busquen para preguntarnos.

En otra ocasión, le dijo a su discípulo:

—Padre, hagamos todo lo que podamos para no perder nustra alma, porque, si esto sucede, todo lo demás será en vano. Te pido, haz todo lo que puedas, todo lo que creas que es bueno, para mayor gloria de Dios y para provecho de tus semejantes, ahora que esto es posible. Y después nos quedará esperar la misericordia de Dios, sin perder la esperanza. ¡Hay tantas personas pidiéndole a Dios por nosotros…! Por eso, creo que nuestro Señor se apiadará de nosotros, por las oraciones de esos fieles.

¡Que nuestro Señor y la Santísima Virgen María nos bendigan a todos, tanto en esta vida como en la vida eterna!

(Traducido de: Arhimandritul Ioanichie BălanPatericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 692 - 693)