La muerte significa un “pasar a”, por eso es que a las cosas perecederas se les llama también “pasajeras”, que debemos someter a las que no lo son.

Dice el Paterikón que una vez dos hombres se fueron al bosque, para derribar un árbol. Al terminar, uno de ellos dijo:

—Así es también la vida del hombre... Vivimos, nos agitamos, finalmente viene la muerte y nos derriba como a este árbol. Después no queda nada...

Pero, el otro respondió:

—No, hermano, te equivocas. Sólo después de haber derribado este árbol sabremos si su madera es buena para construir, para hacer muebles, para crear instrumentos musicales o para utilizarla como leña. Lo mismo sucede con el hombre. Dios sabe cuál es el momento adecuado para, después de sopesarlo, dedicarlo a propósitos elevados o arrojarlo al fuego eterno. El hombre se prepara, a lo largo de toda su vida terrenal, para la vida eterna. Para ganar la vida eterna es necesario morir antes.

(Traducido de: Părintele Iustin Pârvu, Daruri Duhovnicești, Editura Conta, 2007, p.86)