Palabras de espiritualidad

La práctica del ayuno depende de las fuerzas de cada quien

  • Foto: Benedict Both

    Foto: Benedict Both

Que cada quien ayune como pueda, porque hay algunos que son capaces de ayunar tres días sin sufrir nada, y hay otros que no pueden hacerlo tan siquiera un día.

Ayunando, los ninivitas apaciguaron a Dios. Ayunando, los israelitas encontraron “auxilio en sus alicciones”. Con el ayuno, aquellos tres jóvenes vencieron el fuego. Fue con el ayuno que Elías se vio llevado en un carro de fuego. Ayunando, Moisés recibió la Ley de Dios.

¿Qué más puedo agregar? Ayunando, nuestro Señor Jesucristo se preparó para predicar el Evangelio, para demostrarnos cuán provechoso es practicar la templanza. Así pues, quien quiera servirle al Señor, librarse de sus enemigos y alcanzar las bodades eternas, debe armarse con la “santa aversión hacia sí mismo”, es decir que tiene que castigar su propio cuerpo con el ayuno, las vigilias, la oración y cualquier otro ejercicio de continencia y severa austeridad, según sus capacidades. Porque, haciendo esto, no solamente estará aplacando a Dios, sino que también estará venciendo a su más poderoso enemigo, de manera que su cuerpo y su alma devengan en morada del Espíritu Santo.

Todo esto que he mencionado debe practicarse con el buen juicio de rigor: que cada uno lo haga según sus propias posibilidades, sin llegar a “inmolarse”, porque muchos se han enfermado al mortificarse con una abstinencia que superaba sus fuerzas, viéndose después obligados a renunciar a toda oblación, con tal de recupera su salud. Por eso, que cada quien ayune como pueda, porque hay algunos que son capaces de ayunar tres días sin sufrir nada, y hay otros que no pueden hacerlo tan siquiera un día. En consecuencia, lo que debe guiarnos siempre es la justa medida.

(Traducido de: Agapie Criteanul, Mântuirea păcătoșilor, Editura Egumenița, 2009, pp. 356-357)