La promesa del ayuno
El ayuno tiene también como propósito matar las pasiones carnales que enturbian nuestro hombre interior.
Es bueno y muy agradable ante Dios, además de salvador para nuestras almas, si llevamos a término y con buena fe las promesas que le hacemos a Él. En este caso, estaremos materializando lo que dijera el profeta Jonás: “En acción de gracias, te ofreceré sacrificios y cumpliré las promesas que te hice” (Jonás 2, 10). Si nos sentimos sin fuerzas, sea por nuestra edad o por causa de las enfermedades, y no podemos ayunar totalmente el miércoles o el viernes, al menos hagámoslo hasta el atardecer, consumiendo alimentos simples y sin llegar a la saciedad, sino solamente para mitigar esa debilidad del cuerpo. Esto es lo que nos enseña el gran Apóstol Pablo, cuando le escribe a Timoteo: “Desde ahora no bebas agua sola, mézclala con un poco de vino, por tu mal de estómago y tus frecuentes indisposiciones” (I Timoteo 5, 23). Y es que el ayuno tiene también como propósito matar las pasiones carnales que enturbian nuestro hombre interior, como dice el profeta: “Pero yo, cuando se enfermaban, me vestía de saco, ayunaba, hacía penitencia, y no cesaba de orar en mi interior” (Salmos 34, 12). Cuando el cuerpo se ve agobiado por la vejez o las enfermedades, es necesario fortalecerlo con una alimentación más ligera que de costumbre, para que pueda servirle al alma en sus impulsos espirituales, participando en la oración con postraciones, o permaneciendo de pie al cumplir con todas sus obligaciones. Todo esto lo debemos cumplir con esmero para poder ayunar como es debido. Así, aprendamos a refrenarnos de todos los vicios espirituales, como la envidia, los celos, la codicia, el ardid, la mentira, la falsedad, la avaricia, las malas compañías, y la causa de todos los males: el orgullo. La completa abstinencia de estas pasiones que perjudican al alma constituye el ayuno verdadero y agradable a Dios. Al contrario, el solo hecho de evitar consumir determinados alimentos no solo no nos produce ningún beneficio, sino que también puede ser causa de una mayor condena para nosotros, asemejándonos a los demonios, como dice aquel texto: “Refrenándote de la comida, alma mía, sin purificarte de tus pasiones, lo que haces es deleitarte en esa privación. Y tu falta no te ayudará a enmendarte, porque, oh, mentirosa de ti, serás despreciada por Dios y te parecerás al demonio que mora en el infierno”. ¡Que Dios nos libre de esa falsedad!
(Traducido de: Sfântul Maxim Grecul, Viața și cuvinte de folos, Editura Bunavestire, Galați, 2002, p. 101)