Palabras de espiritualidad

Lo que altera nuestra actitud ante Dios y ante todo lo que nos rodea

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Los Santos Padres señalan que una condición esencial para el crecimiento espiritual es procurar que nuestra conciencia se mantenga sin mancha.

Una simple mirada sobre cuatro espíritus malignos nos lleva a una comprobación muy importante. Esos cuatro espíritus se hallan atados entre sí, y forman una suerte de desnivel, en el cual resbala y cae el hombre que se deja dominar por ellos. De la desidia y el descuido de la salvación el hombre cae en el engaño de la preocupación exagerada. De esta, cae en el espíritu de dominación, que desconsidera y degrada al semejante, y de aquí llega a la degradación de sí mismo, degradando la palabra con la vacuidad al hablar. Y es que todos los Santos Padres señalan que una condición esencial para el crecimiento espiritual es procurar que nuestra conciencia se mantenga sin mancha en cuatro direcciones: ante Dios, esforzándose continuamente en cumplir con Sus mandamientos; ante nuestro semejante, cuidándonos de vulnerar el amor al prójimo; ante las cosas, utilizándolas según el propósito para el que fueron creadas, es decir, para lo estrictamente necesario, con templanza y ecuanimidad, haciendo uso de los dones recibidos por parte de Dios.

Si estamos atentos, observaremos que aquellas cuatro pasiones atacan nuestra conciencia desde esas cuatro direcciones. La dejadez afecta nuestra conciencia ante Dios, porque se opone a la Gracia que hay en nosotros; la preocupación excesiva perjudica la conciencia de las cosas, mismas que terminamos usando para nuestra perdición y no para nuestra salvación; el amor al poder, que desconsidera al hombre, daña nuestra conciencia de nuestros semejantes, y el hablar en vano daña nuestra conciencia de sí mismos, porque desperdiciamos el inmenso don divino de la palabra. Así, esas cuatro pasiones nos muestran un estado de enfermedad general del alma, que altera el comportamiento del hombre ante todo lo que le rodea: ante Dios, ante sus semejantes, ante las cosas y ante sí mismo. El hombre que es indiferente ante la salvación, disperso en una preocupación exagerada por muchas cosas, opresor de su semejante y tendiente a hablar en vano es la imagen de esa enfermedad espiritual, la imagen del hombre pecador. Ahora entendemos por qué San Efrén menciona precisamente esas pasiones en su oración.

(Traducido de: Ieromonahul Petroniu Tănase, Chemarea Sfintei Ortodoxii, Editura Bizantină, București, 2006, pp. 70-71)