Palabras de espiritualidad

Los dones de nuestra Santa Iglesia

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

Entonces, el padre empezó a orar, y después Nicolás ingirió el agua bendita y el prosforon

El siguiente episodio me lo relató Nicolás Kabunda, catequista de la parroquia de los Santos Arcángeles, de la ciudad de Kazobalesau, al sur del Congo, cerca de la frontera con Zambia. Hace un par de años se terminó de construir ahí una iglesia, una escuela, un baptisterio y una casa parroquial; todo, a cargo de la Misión Apostólica de Kolwezi.

En 2003, el catequista cayó gravemente enfermo de malaria. La enfermedad se prolongó por más de tres meses. Como es de suponerse, su cuerpo se debilitó mucho, y, debido a que no tenía dinero, no pudo buscar un médico que lo ayudara.

Un día, el diácono de la parroquia, el padre Abraham, fue a visitarlo para darle ánimos y consuelo espiritual. Desesperado, Nicolás le pidió ayuda. Necesitaba encontrar un vehículo que lo llevara al hospital de Lububasi, a unos 100 kilómetros de distancia.

Como pudo, el enfermo se incorporó y ambos fueron a buscar al padre José Kashinda, para que confesara a Nicolás, cuya muerte parecía ya inevitable. Al llegar, este le pidió al padre Kashinda que lo ayudara con un poco de dinero, para al menos empezar un tratamiento. El padre le respondió, lleno de pesar: “Hermano, tristemente no tengo dinero para darte… Pero sí te voy a dar un poco de agua bendita y un trozo de prosforon. Consúmelos y, si es la voluntad de Dios, sanarás”.

Entonces, el padre empezó a orar, y después Nicolás ingirió el agua bendita y el prosforon, y… ¡milagro! Poco a poco, el organismo del enfermo empezó a dar señas de una franca y súbita mejoría. La fiebre desapareció, y en poco tiempo volvieron el apetito y un estado general de vitalidad.

La noticia de este milagro se propagó rápidamente y muchas personas empezaron a creer fervientemente que nuestra Iglesia Ortodoxa es la única y verdadera Iglesia de Cristo, donde mora el Espíritu Santo, Quien da al mundo salvación, perdón de los pecados, y salud espiritual y física.

(Traducido de: Părintele Damaschin GrigoriatulMinunile – mărturie a dreptei credințe, Editura Areopag, 2011, pp. 160-161)

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