Palabras de espiritualidad

¿Luchamos por las cosas de este mundo o por las que son eternas?

  • Foto: Valentina Birgaoanu

    Foto: Valentina Birgaoanu

Dichoso quien sepa diferenciarlas, dichoso del que separe con la espada de la Verdad lo bueno de lo malo, porque se alzará con el corazón, así como dice el profeta David (Salmo 83), porque podrá escapar, con todas sus fuerzas, de este valle de lágrimas. Así, buscando los bienes celestiales, se crucificará con Cristo por el mundo, resucitará con Él y ascenderá también a la morada eterna.

Que el orgulloso no se envanezca por causa de su honra, ni el robusto por la salud de la que goza, ni el agraciado por su belleza, ni el joven por su lozanía. En otras palabras, que nadie se envanezca por las cosas de este mundo.

Y el que se ensalce, que lo haga por conocer y buscar a Dios, por sufrir con el que sufre y por poner todas sus esperanzas en los bienes eternos. Porque los de este mundo son pasajeros y finitos, en constante movimiento y cambiando de sitio una y otra vez, como lo hace un balón en un terreno de juego. Y lo único seguro, para quien goza de los bienes de este mundo, es que en algún momento los perderá, con el paso del tiempo o por la envida de otros. Al contrario, las cosas eternas son permamentes e inmutables, nunca se pierden, no pasan de uno a otro, no engañan a quien confía en ellas. “Si alguien es sabio, que comprenda estas palabras, y si es inteligente, que las entienda” (Oseas 14, 10).

¿Quién podrá permanecer indiferente ante las cosas del mundo, dedicándose a las que son eternas? ¿Quién se detendrá a pensar que aquellas desaparecerán? ¿Quién se pondrá a pensar que las eternas permanecerán para siempre? ¿Quién sabrá separar las cosas falsas de las verdaderas, para despreciar las unas y quedarse con las otras? ¿Quién sabrá diferenciar entre la vida terrenal y el gozo celestial, entre la oscuridad y la luz, entre el fango profundo y la tierra santa, entre cuerpo y espíritu, entre Dios y el demonio soberano del mundo, entre la sombra de la muerte y la vida eterna? ¿Quién creerá que puede comprar con las cosas de este mundo la vida eterna, con su pasajera riqueza, la incorrupción, con cosas tangibles, a Ése que no puede verse? Dichoso el que sepa diferenciarlas, dichoso del que separe con la espada de la Verdad lo bueno de lo malo, porque se alzará con el corazón, así como dice el profeta David (Salmo 83), porque podrá escapar, con todas sus fuerzas, de este valle de lágrimas. Así, buscando los bienes celestiales, se crucificará con Cristo por el mundo, resucitará con Él y ascenderá también a la morada eterna, haciéndose heredero de la vida verdadera y perenne.

(Traducido de: Glasul Sfinţilor Părinţi, traducere de Părintele Victor Mihalache, Editura Egumeniţa, 2008, pp. 378-379)