Nada podría asemejarse al amoroso sacrificio del Señor
Él nunca utilizó Su poder divino para ayudarse a Sí Mismo, sufriendo todo en Su Cuerpo de hombre, por amor a Su criatura.
Todos los santos se esforzaron, se sacrificaron por amor a Cristo. Los Santos Mártires ofrendaron su sangre. Los Venerables Padres derramaron sudor y lágrimas, hicieron “experimentos” espirituales consigo mismos, cual avezados científicos, y se sacrificaron por amor a Dios y a la imagen de Dios, el hombre, para legarnos sus “recetas” espirituales. Gracias a ellos, podemos prever el mal o sanarnos de alguna enfermedad espiritual o física. Y si los imitamos con toda el alma, también podemos llegar a santificarnos.
Claro está, los sacrificios de los Venerables, como los ayunos, las vigilias, etc., e incluso los de los Santos Mártires, no se pueden comparar con la Pasión de nuestro Señor, porque a ellos los ayudó Cristo a mitigar su dolor, por Su inmenso amor; sin embargo, Él nunca utilizó Su poder divino para ayudarse a Sí Mismo, sufriendo todo en Su Cuerpo de hombre, por amor a Su criatura.
Solo entonces cuando el hombre sienta el mismo amor de Cristo por sus semejantes, será humano verdaderamente y en su interior. De lo contrario, será hasta más indiferente que lo demás de lo creado por Dios, porque el sol sintió la Pasión del Señor y se oscureció, para no verlo sufriendo. También la tierra se estremeció al ver al Señor crucificado. Y las piedras se resquebrajaron. Y los sepulcros se estremecieron tan fuertemente, que muchos de los difuntos se despertaron y salieron, para dar testimonio del ingrato comportamiento de los hombres para con su Creador, Benefactor y Protector.
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Cuvinte duhovnicești. Volumul 2. Trezvie duhovnicească, traducere de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, ediția a doua, Editura Evanghelismos, București, 2011, pp. 260-261)