“No eres tú el que bendice… ¡Soy Yo!”
Al sacerdocio no se llega por deseo propio, sino siguiendo un llamado que proviene de Dios mismo.
El sacerdocio de Cristo es un don para el hombre, en pos de la salvación del mundo y la difusión de Su Reino en el mundo. Así pues, el sacerdote se entrega completamente, en cuerpo y alma, a la realización de este excelso servicio. Al sacerdocio no se llega por deseo propio, sino siguiendo un llamado que proviene de Dios mismo. Todos aquellos que hayan llegado al sacerdocio sin tener ese santo llamado —aunque los sacramentos que celebren sean válidos y eficaces—, tendrán que rendir cuentas por sus pecados personales y serán juzgados con severidad.
Un joven candidato al sacerdocio, recién graduado de la Facultad de Teología, aunque no tenía una fe fuerte y vivía dominado por distintas pasiones carnales, pensó en pedirle a su obispo que le ordenara sacerdote. Cuando estaba revisando los resultados obtenidos a lo largo de sus años de facultad, escuchó una estremecedora voz que, desde su izquierda, le dijo: “¡No te atrevas a hacerte sacerdote!”. Asustado, el joven decidió cambiar por completo su forma de vida.
En las cartas del beato asceta José, encontramos el siguiente relato: su discípulo, el joven hieromonje Efrén, el día en que oficiaba su primera Divina Liturgia en la ermita, al llegar a las palabras: “¡Paz a vosotros!”, sintió una gran vergüenza al bendecir a su propio padre espiritual, considerándose indigno de ello. En ese momento escuchó una fuerte voz interior, que le dijo: “No eres tú el que bendice… ¡Soy Yo!”.
(Traducido de: Părintele Damaschin Grigoriatul, Minunile – mărturie a dreptei credinţe, Editura Areopag, 2011, pp. 86-87)