¡No seas indolente en tu vida de cristiano!
Ora por tu madre, por tu hermano, por tus parientes y conocidos; no olvides mencionar a los difuntos. Después, confiándote a la voluntad de Dios, sal a cumplir con tus responsabilidades, esmerándote en no olvidar que te hallas bajo Su luz.
«No puedo adornar estas primeras líneas con elogios para ti, hermana. Escribes: “Oro mal, me cuesta aprenderme los Salmos… he renunciado casi por completo a ello”. ¡Vaya progreso! ¿Qué más puedo decir?
Esto puede tener consecuencias muy graves: la indolencia ante las cosas de Dios puede convertirse en un hábito y, cuando esto sucede… ¡adiós devoción! Por eso, es muy importante prevenir llegar a tales extremos. Luego, lo que tienes que hacer es lo siguiente: repite los Salmos, poco a poco, cuando tengas la buena disposición para ello. ¿Cómo? Eligiendo los que entiendes mejor, esos que sientes que llegan directamente a tu corazón. Lo mejor es que no trates de aprendértelos completos, sino solamente esas partes que queden grabadas en tu alma, por ejemplo: “Señor, no olvides venir en mi auxilio. Señor, apresúrate en venir a ayudarme; no me vuelvas Tu rostro. ¿A dónde iré sin Tu Espíritu?”, etc. Después, pronúncialos en voz alta, dirigiendo tu mente a Dios, mientras realizas tus tareas cotidianas… Puedes “escribir” esos versos con cada paso que das, y te verás ataviada con un hermoso vestido, cubierta por la palabra de Dios...
Me cuentas que en la mañana no oras, porque te levantas cansada y aturdida; y, si oras, lo haces deprisa. Muy mal hecho. Ora poco, pero como es debido, respetando toda la estructura de la oración. Si te demoras tres minutos en llegar al lugar a donde te apresuras en llegar, ¡no pasa nada! Así pues, dedica esos tres minutos a orar cada mañana. En tal caso, no es necesario que tomes el libro de oraciones e intentes leerlas formalmente… ora con tus propias palabras, con tus propios pensamientos. Simplemente, preséntate ante Dios… Él está cerca de ti también. Y si sientes que estás lejos de Él con tu mente y tus sentimientos, acércatele, sí, con tu mente y tus sentimientos. Agradécele por haber cuidado de ti mientras dormías y por haberte permitido ver nuevamente Su luz y vivir un poco más… porque muchos se han ido a dormir, pero no se han vuelto a despertar.
Pídele a Él la bendición para cada una de las actividades en la jornada que empieza, para que te muestre solamente cosas buenas y te libre de las malas… Invoca siempre a la Madre del Señor, llama a tu ángel guardián, a la santa cuyo nombre llevas y a todos los demás santos…
Ora por tu madre, por tu hermano, por tus parientes y conocidos; no olvides mencionar a los difuntos. Después, confiándote a la voluntad de Dios, sal a cumplir con tus responsabilidades, esmerándote en no olvidar que te hallas bajo Su luz.
Haz todo esto concentrando tu mente y evitando que tu sentir se disperse: entonces, tu oración será verdadera y tu conciencia no te reprochará nada, acusándote de no haber orado o de haber orado mal. Esto será suficiente, especialmente si mantienes en tu corazón la buena disposición de orar correctamente.
Ora también por la noche. Sin embargo, ya que en la noche sueles tener más tiempo, ora según las palabras de tu libro de oración. Esas oraciones te ayudarán a dirigirte a Dios con más fuerza y harán más entendible lo que quieres decirle a Él».
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Mântuirea în viaţa de familie, Editura Cartea Ortodoxă, Bucureşti, 2004, p. 22-23)