¿Por qué necesitamos a Dios?
Lo único que permanece entre Dios y nosotros es el amor y es de acuerdo a ese amor que Dios juzga al hombre. Mejor dicho, el hombre permanece en relación con Dios, o pierde tal vínculo.
Me preguntas por qué necesitamos de un Dios, por qué es necesario que Él exista.
Créeme que no sé qué decirte, así como no sabría responderte si me preguntaras “¿Por qué tenemos cabeza?", ¿Por qué tenemos corazón?", "¿Por qué no somos como los árboles?”. No necesitamos que Dios exista. Él simplemente existe, simplemente “es” y aunque toda la humanidad dejara de creer en Él, ésto no lo haría desaparecer. Estamos unidos ontológicamente a Dios y, especialmente después de la encarnación de Cristo, ese vínculo se ha estrechado aún más, hasta el dolor. Después de la encarnación de Cristo, cuando Dios se vistió literalmente en la naturaleza humana, el lazo entre Dios y el hombre se hizo tan fuerte, que tenemos millones de mártires en dos mil años de cristianismo, quienes aceptaron perder su cabezas o miembros, antes que separarse de Cristo.
Al principio hablé de las dos formas de relacionarnos con Dios, por medio de la fe y por medio del conocimiento vivo, es decir, por medio de la revelación, para que deje de perturbarte el ver a esas personas que van a la iglesia, sin que sepan realmente por qué. Debes saber que tampoco los ángeles de los Cielos saben todo lo que hacen, porque estando cerca de Dios todo pierde su sentido. Lo único que permanece entre Dios y nosotros es el amor y es de acuerdo a ese amor que Dios juzga al hombre. Mejor dicho, el hombre permanece en relación con Dios, o pierde tal vínculo.
Cuando Pedro vio a Cristo transfigurarse en el Tabor, no pudo contener su boca y exclamó que sería bueno levantar tres chozas: una para Cristo, otra para Moisés y la última para Elías. Tal era el servicio que Pedro, por amor, quiso hacer para Cristo. No podemos evitar sonreir al leer esas palabras, porque hasta el evangelista Lucas, quien nos presenta tal relato, lo cierra diciendo, “esto dijo Pedro, sin saber lo que decía”.
(Traducido de: Ieromonah Savatie Baştovoi, Dragostea care ne sminteşte, Editura Marineasa, Timişoara, 2003, pp. 72-73)