¿Por qué no siento el amor de Dios?
El amor barato busca siempre su propio interés, y el cristiano que lo experimenta —debido a que este amor es incompleto— se goza de lo mundano en abundancia. Es decir, pretende comer hasta el último minuto antes de comience el ayuno y obtener cualquier alegría banal a toda costa. El problema es que después se pregunta por qué no siente el amor de Dios dentro de su corazón, dentro de su barato amor.
Muchos hablamos del amor, pero desconocemos el verdadero valor de nuestro propio amor. Pensemos, por ejemplo, qué pasaría si Cristo nos dijera, para probarnos: “¡Hijos, los Cielos ya están llenos y ya no queda lugar para ustedes!”, buscando que cada uno de nosotros conociera el valor de su amor. Si eso sucediera, seguramente algunos responderíamos, descaradamente, “¡Pero, Señor...! ¿Por qué no nos lo dijiste antes?”, corriendo a distraernos y a olvidarnos de Cristo lo antes posible, para “no seguir perdiendo el tiempo”.
Sin embargo, los justos de Dios responderían con devoción: “¡No te preocupes por nosotros, Señor! Es suficiente con que el Cielo esté lleno. ¡Qué alegría tan grande... es como si nosotros mismos estuviéramos ya allí!”, y continuarían con sus trabajos espirituales, con el alma ensanchada de felicidad y gozo por Aquel a quien amado con un amor tan grande.
El amor barato busca siempre su propio interés, y el cristiano que lo experimenta —debido a que este amor es incompleto— se goza de lo mundano en abundancia. Es decir, pretende comer hasta el último minuto antes de comience el ayuno y obtener cualquier alegría banal a toda costa. El problema es que después se pregunta por qué no siente el amor de Dios dentro de su corazón, dentro de su barato amor. El amor caro (fervoroso), que sabe ofrendarse a sí mismo, no come mundanamente, sino que se alimenta interiormente del amor de Dios. Y, así, toda la vida del hombre se convierte en un ayuno permanente y todos los días de su vida son una alegría pascual.
(Traducido de. Cuviosul Paisie Aghioritul, Epistole, Editura Evanghelismos, pp. 198-199)