A propósito de la purificación del alma
La ascesis tiene también un carácter cristológico. En sus trabajos y sacrificios, el hombre ya no está solo, porque Cristo le acompaña.
El término de la “purificación” (ascesis) tiene dos edades, aunque generalmente se le conoce solamente como “purificación”. El período ascético comprende la purificación activa, en la cual entran todos los trabajos y sacrificios del hombre, y una purificación pasiva, es decir, una purificación del ser de todas sus pasiones, más allá de las fuerzas del hombre, que Dios Mismo lleva a cabo. Dios se hace una morada limpia en aquellos que le buscan con amor, pero se han quedado sin fuerzas, de manera que deben sufrir purificaciones que van más allá de lo natural, para que el Altísimo pueda habitar en ellos con Su gloria.
La fase de culminación de la ascesis y de profundización de la vida espiritual se llama “iluminación”. En esta fase, los dones del Espíritu Santo, que fueron recibidos en el Bautismo, se desarrollan en toda su plenitud y fortalecen el alma para que pueda enfrentar las pruebas más difíciles. En esta fase pueden aparecer engaños y también dones extraordinarios, y quien los reciba no debe aferrarse con su corazón a nada de eso, porque no solamente no podrá avanzar más, sino que podría terminar perdiendo todo lo ganado. El camino se irá haciendo cada vez más estrecho, razón por la cual se tiene que ir renunciando a todo lo que lleve consigo.
La ascesis tiene también un carácter cristológico. En sus trabajos y sacrificios, el hombre ya no está solo, porque Cristo le acompaña. En nuestra perserverancia podemos sentir la fuerza de la naturaleza humana de Cristo.
Corresponde a los principiantes la necesidad de secar los manantiales de las pasiones de la tierra del corazón, así como el cuidado de no ascender con la mente al aire de la mera opinión, porque allí soplan grandes tormentas y se rompen las alas de la mente.
(Traducido de: O sinteză a gândirii părintelui Arsenie Boca în 800 de capete, ediţie electronică)