¡Qué sublime manifestación del amor cristiano es el amor al prójimo!
Hermano, que cada uno de tus semejantes sea importante para ti. Ayúdalos a alcanzar la salvación. Con delicadeza, pero ayúdalos. No les dictes sermones, porque no son útiles ni para él ni para ti. No des los consejos que no te hayan pedido. Si haces algún bien, hazlo con humildad.
El amor no pide grandes hazañas ni planes a cuál más complejo; se puede hacer un bien más grande con una buena palabra, una mirada, una breve oración...
El amor está atento a sus semejantes, siempre dispuesto a venir a ayudarles. Por esta razón es que el padre Sergio Shevich nos exhorta a ser buenos y mansos con todos, porque todos necesitamos algo, todos estamos enfermos de algo. No hay nadie completamente sano del alma. Aunque te parezca que al otro todo le sale bien, si te pones a pensar en lo que el hombre estaba destinado a ser y en lo que se ha convertido, no puedes sino llorar de compasión por él y también por ti mismo. Junto a esto, están también las aflicciones de la vida: basta con que leas los titulares del diario de hoy para darte cuenta de que la humanidad se halla permanentemente sometida al dolor y el sufrimiento. ¿Acaso esas personas que sufren no necesitan de tu compasión y tu bondad?
¡Que cada persona que Dios te ponga en el camino sienta tu afecto, que deseas su bien y que quieres ayudarle! ¡En otras palabras, que sienta tu amor!
¡¿Y cómo no amarlos a todos, cuando todos son tan valiosos ante los ojos de Dios?! ¡Cuando cada uno de ellos, como dice el gran Dostoyevski, pequeño e insignificante como es, tiene un propósito grande y excelso, digno de ser considerado y apreciado! Porque fue por cada uno de nosotros que nuestro Señor se encarnó y se sacrificó. El padre Sergio dice enfáticamente que no sabemos apreciar a quienes nos rodean, y que por eso tendríamos que honrar con más ahínco a aquellos qe parecen los más insignificantes de todos (cf. I Corintios 12, 23).
Hermano, que cada uno de tus semejantes sea importante para ti. Ayúdalos a alcanzar la salvación. Con delicadeza, pero ayúdalos. No les dictes sermones, porque no son útiles ni para él ni para ti. No des los consejos que no te hayan pedido. Si haces algún bien, hazlo con humildad. Toma el ejemplo de humildad de San Serafín de Sarov cuando recibía a quienes venían a visitarlo, sin importar quiénes eran o de dónde venían. (…)
Antes de hablarles a los demás de Dios, pídele al Espíritu Santo que te ilumine para saber qué decir y cómo decirlo. Y, orando por quienes están cerca de ti, busca y encuentra las palabras adecuadas.
Porque la oración sirve al amor al prójimo, lo mantiene vivo, lo estimula y lo revela. La oración te abre los ojos, para que veas a tu semejante y conozcas su necesidad. De la misericordia viene la oración, y de la oración, la misericordia.
Un gran provecho viene de la oración por tus hermanos. A ti te bendice, acrecentando tu amor. Al otro, con el consuelo de lo que has pedido para él. Y no hay un don más grande que el de la oración. Dáselo, en primer lugar, a aquel de quien conoces su necesidad y su aflicción. ¡Y recuerda que no hay nadie que no necesite tu oración y tu amor!
La misma oración te revela la necesidad de cada quien. Ella te susurra y te confirma si es bueno hablar con tu hermano y cómo hacerlo, o si es mejor guardar silencio y permanecer a un lado.
(Traducido de: Jean-Claude Larchet, Ține candela inimii aprinsă. Învățătura Părintelui Serghie, Editura Sophia, pp. 97-99)