¿Quieres castigar a tu enemigo?
Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber; que si haces esto, harás que se sonroje. No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien.
¿Quieres ser un verdadero hijo de Dios? Si tu respuesta es “sí”, debes llegar a asemejártele a Él. Y no hay nada que pueda llevarte a asemejarte a Dios, como perdonar a aquellos que te ofenden, hacerles el bien a quienes te hacen el mal y ser bondadoso con los que te injurian. Y aunque quisieras castigar a alguien que te hizo el mal, no le respondas tú también con el mal: ¡hazle el bien y ya le habrás castigado! Porque, si te vengas, serás juzgado junto con él. En tanto que, si le demuestras tu bondad, tú serás enaltecido y solamente él será juzgado Y no hay un castigo mayor par tu enemigo, que verte a ti siendo enaltecido, mientras él es juzgado. No olvides que Dios, Quien es el Justo Juez, le castigará por el mal que te hizo, si no se arrepiente a tiempo. ¿Y cómo podría llegar a arrepentirse? Viendo tu paciencia. Veamos qué dice el Santo Apóstol Pablo: “No devolváis a nadie mal por mal. Procurad hacer el bien ante todos los hombres. En cuanto de vosotros depende, haced todo lo posible para vivir en paz con todo el mundo. Queridos míos, no os toméis la justicia por vuestra mano; dejad que sea Dios el que castigue, como dice la Escritura: Yo haré justicia, yo daré a cada cual su merecido. También dice: Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber; que si haces esto, harás que se sonroje. No te dejes vencer por el mal; al contrario, vence el mal con el bien.” (Romanos 12,17-21)
Si no debemos devolver el mal con el mal, con mayor razón no debemos responder al bien con el mal. Por el contrario, demostrémosles a todos, amigos o enemigos, nuestra bondad, con nuestras palabras y nuestros actos. La bondad hace que en nosotros brote la esperanza de la salvación y nos llena el corazón de regocijo. ¿Cómo podría dominarnos la tristeza, si somos buenos con el alma y les hacemos el bien a nuestros enemigos?
Así pues, que nada nos preocupe tanto como sanar nuestra alma de la ira y la maldad. Reconciliémonos con aquellos que tienen algo en contra nuestra, porque ni la oración, ni el ayuno, ni la caridad, ni las virtudes podrán salvarnos del infierno el Día del Juicio, si nuestra alma tiene la mancha de este pecado. Por eso es que el Señor nos ordena: “Si al llevar tu ofrenda al altar te recuerdas allí que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda delante del altar y vete antes a reconciliarte con tu hermano; después vuelve y presenta tu ofrenda”. (Mateo 5, 23-24)
(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur, Problemele vieţii, Editura Egumeniţa, Galaţi, pp. 262-263)