Palabras de espiritualidad

Seamos sinceros con nuestro amigo más querido e incondicional

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Enamorémonos del nombre de Jesús, teniéndolo siempre presente en nuestra vida, y así participaremos con Él de la vida eterna.

Seamos conscientes de que Jesús es una persona, y que lo podemos sentir como a una persona, como a un “amigo” que nos ayuda. Jesús es, sin duda, el amigo que nunca falla. Entonces, cultivemos Su amistad. Seamos sinceros con Él, y veremos que solamente Él nos puede ayudar como nadie más podría hacerlo. La clave de esta relación no se resume a imaginarnos Su rostro, sino en practicar un estado de humildad, contrición y lágrimas. Lloro cuando lo invoco, cuando elevo mis plegarias a Él, y cuando me siento indigno de llamarme amigo Suyo o de verle a la cara. Luego, invoquémoslo con todo el corazón, rogándole que se apiade de nosotros.

Esta palabra, “apiadarse”, tiene una carga muy poderosa. Puede traducirse de muchas maneras, y significa “perdonarme”, “ayudarme”, “librarme de las tribulaciones”, “protegerme de las adversidades”, “darme el auxilio que necesito en esta vida”, “acompañarme cuando trabajo”, etc. En otras palabras, significa pedir el auxilio divino, para que Él me ayude en mis necesidades. Cuando pronunciamos “Jesús”, esta palabra tiene una correspondencia directa con Dios. ¡Qué grandes beneficios nos ofrece el simple hecho de pronunciar, con todo el corazón, esta pequeña oración! La “Oración de Jesús” es tan sencilla, que la puede repetir cualquier enfermo en su lecho, o cualquier recluso en su celda, o cualquier viajero, cualquier alumno, cualquier trabajador. Nadie puede argumentar que no puede hacerla, porque es una oración muy breve, y puede practicarse en todo momento y lugar…

Clamemos a Jesús con todo el corazón, y tendremos grandes e incontables alegrías y satisfacciones; sentiremos, también, el estremecimiento del Espíritu Santo, en compañía de nuestra cuerda de oración y nuestra soledad. Procuremos practicar la “Oración de Jesús” al acostarnos y al levantarnos por la mañana. Enamorémonos del nombre de Jesús, teniéndolo siempre presente en nuestra vida, y así participaremos con Él de la vida eterna.

(Traducido de: Arhimandritul Ioachim PârvulescuSfătuiri duhovnicești, Sfânta Mănăstire Lainici, 2004, p. 66)