Ser misericordiosos no se limita al simple acto de “dar limosna”
En esto consiste la verdadera misericordia, la cual no es una sencilla forma de ser caritativos, sino que implica entender el dolor, el temor, la tristeza y el pesar del otro. Es una forma de amor, de sufrir con el otro, y, ante todo, es participación, es “ser parte de”, es la facultad de adentrarte en la situación de tu hermano.
La misericordia, en primer lugar, no debe confundirse con la caridad (de la cual se habla en la séptima “bienaventuranza”; pero ahí, cuando se habla de “los misericordiosos”, es probable que no se haga una referencia exclusiva a los que son generosos con los más necesitados, sino también a aquellos que son capaces, como el buen samaritano, de sentir piedad o compasión por un forastero que ha sido vejado). La caridad (entendida como el mero acto de “dar limosna”) es una de las formas que puede asumir la misericordia, pero esta última es algo mucho más importante, más excelso, porque abarca muchas más cosas y la entendemos como un misterio, siendo más imprevisible en su exteriorización que la simple dadivosidad, que es un acto de repartición de bienes materiales. La misericordia es un sentimiento, una virtualidad; mejor dicho, es un estado espiritual o, para ser más precisos, un estado gratífico.
En esto consiste la verdadera misericordia, la cual no es una sencilla forma de ser caritativos, sino que implica entender el dolor, el temor, la tristeza y el pesar del otro. Es una forma de amor, de sufrir con el otro, y, ante todo, es participación, es “ser parte de”, es la facultad de adentrarte en la situación de tu hermano, de ver las cosas desde su misma perspectiva, de salir de ti mismo para hacerte parte de él por un tiempo.
(Traducido de: Nicolae Steinhardt, Dăruind vei dobândi, Editura Mănăstirii Rohia, Rohia, 2006, pp. 175-176)