Siete principios bíblicos de gran ayuda para los padres de hoy
La pregunta más importante que hacen los niños es: ¿cómo vivir felices? Y el mejor manual para enseñarles ese “cómo” es la Biblia. ¿Por qué? Porque en ella encontramos las instrucciones (es decir, los mandamientos) de Dios para tener una vida feliz.
¿Qué les puede decir la Biblia a los padres de hoy en día? Aquí están los siete principios bíblicos más importantes en relación con lo que hoy llamamos parenting:
Primero: “Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Incúlcaselas a tus hijos” (cf. Deuteronomio 6, 6-7). Uno de los roles más importantes que tenemos nosotros, los padres, es el de ser educadores. Somos los primeros maestros de nuestros hijos. La materia que enseñamos se llama (con)vivencia. La pregunta más importante que hacen los niños es: ¿cómo vivir felices? Y el mejor manual para enseñarles ese “cómo” es la Biblia. ¿Por qué? Porque en ella encontramos las instrucciones (es decir, los mandamientos) de Dios para tener una vida feliz.
Segundo: “Enseña al niño el buen camino, y aun cuando sea viejo no se apartará de él” (cf. Proverbios 22, 6). Jordan Peterson, un ilustre psicólogo canadiense, en su libro “12 reglas para vivir: Un antídoto al caos”, llama así un capítulo dedicado a los padres: “No permitas que tus hijos hagan cosas que detestes”. Suena egoísta, ¿no? ¡Casi brutal! Así me pareció a mí. A primera vista. Pero es correcto. Si enseñamos a nuestros hijos el camino correcto, cuando crezcan nos honrarán. Y les enseñarán a sus hijos las lecciones que hayan aprendido.
Tercero: “Hijos, obedeced a vuestros padres por amor al Señor, porque esto es de justicia” (cf. Efesios 6, 1). Si ellos tienen que obedecer, nosotros tenemos que enseñarles. Debo insistir mucho en este aspecto. Los padres tienen la obligación de educar a sus retoños. Los “siete años de casa”, los buenos modales, las respuestas a los “¿por qué?” curiosos, las indispensables palabras “gracias”, “perdóname” y “por favor” son parte importante de la lista de las disciplinas parentales. Pero, especialmente, la instrucción en la fe cristiana. ¿Por qué? Porque así no solo se ganarán “la tierra”, sino también el Cielo.
Cuarto: “Vosotros, padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino educadlos en la disciplina y en la corrección como quiere el Señor” (cf. Efesios 6, 4). ¿Cómo es que estimulamos la ira de nuestros hijos? Prometiéndoles cosas que después no cumplimos. Observando comportamientos equivocados y evitando corregirlos. Limitándoles el tiempo que comparten con nosotros. Riéndonos de sus defectos. Nada de eso está bien. Y tenemos que cambiarlo.
Quinto: “No os inquietéis por cosa alguna, sino más bien en toda oración y plegaria presentad al Señor vuestras necesidades con acción de gracias” (Filipenses 4, 6). Los hijos son el mejor termómetro. Ellos toman la temperatura nociva de los temores de los padres y la multiplican exponencialmente. En vez de hablar de nuestras preocupaciones frente a ellos, es mejor ponernos de rodillas juntos y confesárselas al Cielo. Un ejemplo: Matías fue testigo de su propio milagro cuando Dios respondió a sus oraciones (las nuestras), en relación con la tierra que venía continuamente a su ventana, debido a que nuestro vecino no se decidía a levantar una pared divisoria. Un día de enero de 2018, Matías corrió a decirme: “¡Papá, Dios escuchó mis oraciones!”. Fue un día verdaderamente feliz en la vida de mi hijo. Y, para mí, esto es un ejemplo de fe.
Sexto: “Tú (hijo) me has seguido de cerca en la doctrina, en mi conducta, en mis planes, en la fe, en la paciencia, en el amor, en la constancia” (cf. II Timoteo 3, 10). El mejor modo de enseñarles algo a nuestros hijos es con nuestro propio ejemplo. Y es que nuestras acciones gritan más fuerte que cualquier palabra que digamos. Y esto es para bien.
Séptimo: “Si nosotros respetábamos a nuestros padres cuando nos corregían, ¿con cuánta mayor razón debemos someternos a nuestro Padre celestial para tener la vida?” (cf. Hebreos 12, 9). Un llamado de atención para los padres “modernos” (o, mejor dicho, “opacos”): no caigamos en la trampa de no castigar* a nuestros hijos cuando es necesario. Esto les podría terminar causando un daño enorme a largo plazo. Eso sí, “castigar”, pero con la justa medida.
Queridos padres, mediten, comenten y apliquen estos principios. Sus hijos los necesitan. Y los salvarán de un gran estrés. Si tuviera que llevarme un libro a una isla desierta, sin duda sería la Biblia.
¡Que Dios nos ayude a todos!
*Castigar, sí, pero en el sentido de establecer límites sanos, normas de comportamiento, y consecuencias necesarias cuando lo anterior no es respetado.
(Traducido de: Gabriel Braic, Semeseuri pentru familii grăbite, Editura Agaton, Făgăraș, 2019, pp. 79-82)