Palabras de espiritualidad

Sin ayuno, el corazón se sobrecarga

  • Foto: Anda Pintilie

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El corazón, centro de la vida espiritual, si es anegado con comida y bebida, deja de reconocer y entender a Dios, al tiempo que la oración deja de descender a él, desde la mente.

El ayuno ha sido dispuesto por Dios, en Su Santa Iglesia, como un medio para que el hombre pueda acercarse más al Reino de los Cielos. El ayuno es como un diamante, ya que a través de sus diferentes lados y ángulos, el hombre puede ver y empezar a vivir el Reino de Dios. Desde el Antiguo Testamento, pasando por el Nuevo Testamento y los escritos de los Santos Padres, la Iglesia no ha dejado de atestiguar al mundo los incontables beneficios del ayuno. En el Evangelio según San Lucas, nuestro Señor Jesucristo nos dice, sobre el ayuno: “Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida”.

Cuando hablamos de ayuno, pensamos —en general— en nuestro cuerpo. El ayuno ayuda al cuerpo a ser un poco más puro y libre de toda clase de toxinas y químicos, contenidos en las comida de origen animal, especialmente la carne. Nuestro Señor Jesucristo dice que la comida y la bebida no aturden tan sólo nuestro cuerpo —a éste ni lo menciona—, sino que enfatiza que no debemos permitir que lo hagan con nuestro corazón. El corazón, centro de la vida espiritual, si es anegado con comida y bebida, deja de reconocer y entender a Dios, al tiempo que la oración deja de descender a él, desde la mente.

(Fragmento de la prédica pronunciada por el Metropolitano Teófano el 30 de marzo de 2016, en la Catedral Metropolitana de Iasi, al oficiar la Liturgia de los Dones Presantificados y las Vísperas)