Tres formas de ahuyentar al enemigo del alma
Dios permite que el maligno se nos acerque, como un cobrador de peaje en lo etéreo, para comprobar si en nosotros pervive el egoísmo, el orgullo o la vanidad, para evitar que caigamos en pecado y nos hundamos en el mal.
Los cristianos contamos con tres armas para vencer al demonio: la primera es el Nombre del Señor y el de la Madre del Señor, arma de la cual dice San Juan Clímaco: “En cielos y tierra no hay arma tan poderosa como el Nombre de Dios”.
La segunda es la Santa Cruz (I Corintios 1, 18). (Les preguntaría a quienes rechazan usar la Cruz como señal de fe: ¿con qué señal se defienden del demonio?). Lo que sucede con esas personas es que el mismo demonio es quien les impide persignarse. No en vano la Iglesia se refiere así a la Señal de la Cruz: “Como un arma invecncible contra el demonio, Tu Cruz nos concediste”.
Y, para finalizar, la tercera arma de defensa es la humildad del alma. Luego, incluso cuando te sientas agitado o lleno de turbación, repite en lo profundo de tu corazón: “¡Es por mis pecados que ahora debo enfrentar esto, Señor! ¡Te pido que me libres del maligno!”.
Entonces, vuélvete con tu corazón hacia Dios, sin importar qué clase de malos pensamientos te acechen. Reprende tu mente, porque el Padre sabe reconocer el esfuerzo del hijo y jamás lo abandonará. Dios permite que el maligno se nos acerque, como un cobrador de peaje en lo etéreo, para comprobar si en nosotros pervive el egoísmo, el orgullo o la vanidad, para evitar que caigamos en pecado y nos hundamos en el mal.
(Traducido de: Părintele Arsenie Boca, mare îndrumător de suflete din secolul XX, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2002, pp. 180-181)