Palabras de espiritualidad

Un bellísimo texto sobre el amor a nuestros enemigos

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

El siervo maldice a sus enemigos, porque no sabe más que eso; el Hijo, por su parte, los bendice, porque conoce la verdad. El Hijo sabe que los enemigos no pueden acercársele. Por eso, camina libremente entre ellos y le pide a Dios que los bendiga.

¡Bendice, Señor, a mis enemigos! ¡También yo los bendigo y no los maldigo! Ellos me han empujado a Tus brazos, hacia Ti, mucho más que mis propios amigos. Lo único que hicieron estos fue atarme a las cosas del mundo, echando a tierra cualquier esperanza que hubiera en mi corazón. Por el contrario, mis enemigos me han hecho ajeno a los reinados terrenales y un morador indigno en este mundo. Al igual que una fiera que acorralada, yo, viéndome perseguido por mis enemigos, encontré un refugio seguro bajo Tu tienda, Señor, en donde no pueden entrar ni mis amigos ni mis enemigos para hacerme perder el alma.

¡Bendice, Señor, a mis enemigos! ¡También yo los bendigo y no los maldigo! Ellos han dado testimonio ante el mundo, en mi lugar, de mis propios pecados. Ellos me han azotado cuando yo he elegido ser indulgente conmigo mismo. Ellos me han atormentado cuando yo he preferido eludir todo castigo.

Ellos me han denigrado cuando yo me he encomiado.

Ellos me han escupido cuando yo me he envanecido.

Cuando yo he llegado a creer que soy un hombre juicioso, ellos me han llamado “necio”.

Cuando yo me he sentido poderoso, ellos se han reído de mí como si fuera un enano.

Cuando he querido mandar a los demás, ellos me han hecho retroceder.

Cuando he buscado cómo enriquecerme, ellos me han forzado a renunciar a ello.

Cuando he querido dormer plácidamente, ellos me han despertado con dureza.

Cuando quise construirme una casa para vivir sosegadamente el resto de mis días, ellos la echaron abajo y me arrojaron a la calle. Ciertamente, mis enemigos me han ayudado a desprenderme de las cosas del mundo y han alargado mis manos, hasta poder alcanzar Tu manto. ¡Bendice, Señor, a mis enemigos! 

Bendícelos y multiplícalos, azúzalos mucho más en mi contra, para que mi carrera hacia Ti no tenga regreso, para que mi esperanza en los hombres se disipe como una telaraña, para que la humildad domine completamente mi corazón, para que mi corazón se convierta en el sepulcro de mis maldades. Para que todo mi tesoro esté en los Cielos. ¡Si tan solo pudiera librarme del autoengaño, que me ha atrapado en una terrible red de mentiras!

Los enemigos me han enseñado lo poco que sé en esta vida: que, en este mundo, el hombre no tiene más enemigos que sí mismo. 

El único hombre capaz de odiar a sus enemigos, es aquel que ignora que en verdad no son tales, sino unos amigos un poco más severos. Por eso, ¡bendice, Señor, a mis amigos y a mis enemigos! El siervo maldice a sus enemigos, porque no sabe más que eso; el Hijo, por su parte, los bendice, porque conoce la verdad. El Hijo sabe que los enemigos no pueden acercársele. Por eso, camina libremente entre ellos y le pide a Dios que los bendiga.

¡Bendice, Señor, a mis enemigos! ¡También yo los bendigo y no los maldigo!

(Traducido de: Sfântul Nicolae Velimirovici, Rugăciuni pe malul lacului, Editura Anestis, 2006, pp. 160-161)