Un relato que se hizo mío...
Ayúdame, Señor, a ayunar y a esperar con alegría, para que Tú, Mi Gozoso Ágape, te acerques a mí con Tu resplandeciente sonrisa.
Me prescribo a mí mismo el ayuno con la lengua, para desprenderme del hábito de hablar en vano y aprender a pronunciar solamente aquellas palabras que limpian el camino para Tu venida, Señor. Me he impuesto un severo ayuno de mis preocupaciones, para apartarlas definitivamente, tal como el viento disipa la niebla, no sea que ellas se interpongan entre Tú y yo, y para no volver la mirada nuevamente hacia el mundo.
El ayuno ha traído paz a mi alma ante los mundos creados y no-creados, y me ha llenado de humildad hacia mis semejantes y las demás criaturas. El ayuno me ha dado coraje, de un modo que nunca antes había conocido, cuando vivía cargado de toda clase de armas terrenales.
¿Cuál era mi esperanza antes de empezar a ayunar? Solamente tenía noticias de un relato más, uno que era narrado por otros y que circulaba de boca en boca.
Un relato contado por otros sobre la salvación, el cual, por medio del ayuno y la oración, se hizo mío también. El ayuno falso acompaña a la esperanza falsa, del mismo modo en que la falta de ayuno acompaña a la falta de esperanza. Tal como una rueda gira detrás de otra rueda, así también el verdadero ayuno sigue a la verdadera esperanza.
Ayúdame, Señor, a ayunar y a esperar con alegría, para que Tú, Mi Gozoso Ágape, te acerques a mí con Tu resplandeciente sonrisa.
(Traducido de: Sfântul Ierarh Nicolae Velimirovici, Rugăciuni pe malul lacului, Editura Anestis, 2006, p. 86)