Una invitación a ayunar como lo espera el Señor
¡Ha empezado un nuevo tiempo de ayuno! ¡Arrodillémonos con nuestra alma y, ante el Niño Salvador, comprometámonos a ser más buenos, más puros, más humildes y menos llenos de heridas y rencores, para recorrer el camino inverso de la tristeza a la felicidad!
Empezamos un nuevo período de ayuno, que es el inicio de un camino y también un punto de partida; es volver la mente hacia nuestro interior, y de nuestro interior hacia el Cielo. Es un ayuno de gozo y esperanza: Cristo nace y renace para cada uno de nosotros en particular.
Sí, estamos empezando un nuevo período de ayuno, una nueva oportunidad de hacernos mejores, de (re)encontrar el niño inocente que pervive en nosotros, perdido o simplemente extraviado en los rincones más polvorientos de nuestra alma. Si apartamos toda la maleza de nuestros temores y pasiones, si nos desprendemos un poco de las garras del hábito de juzgar a nuestros semejantes, de la envidia y la ingratitud, seguramente nos encontraremos con él.
Con cada oración elevada con sencillez y humildad ante los íconos, démonos la oportunidad de abandonar la soledad, superando cualquier rencor y corriendo a la reconciliación. Hagamos una costumbre de invocar a nuestro Señor con más frecuencia y mayor convicción, para que enmiende todo lo que hay en nuestro interior, eso que, por causa de nuestras debilidades, no logramos restaurar. Pidámosle que ilumine aquello que hoy nos parece completamente oscuro.
No nos distraigamos, no nos permitamos olvidar lo que es el ayuno. De hecho, la ascesis no es solamente una renuncia, un sacrificio, es un paso menudo, pero decidido y lleno de convicción, hacia la sanación. Los medicamentos suelen ser amargos, pero es por medio de ellos que nos libramos de nuestros padecimientos. Lo mismo ocurre con nuestras pequeñas renuncias y privaciones voluntarias: ¡cuánta fuerza tiene la sanación que nos ofrecen! Gracias a ellas podemos examinar lo profundo, para empezar a divisar poco a poco los misterios de nuestra salvación.
Busquemos, pues, lo que nos es provechoso, para confortarnos y, finalmente, para poder salvarnos.
¡Ha empezado un nuevo tiempo de ayuno! ¡Arrodillémonos con nuestra alma y, ante el Niño Salvador, comprometámonos a ser más buenos, más puros, más humildes y menos llenos de heridas y rencores, para recorrer el camino inverso de la tristeza a la felicidad!