Palabras de espiritualidad

¡Volvamos al arrepentimiento!

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Debido a que la banalidad de este mundo nos ha cegado, lo único que nos regocija son las cosas que provienen de la oscuridad de lo terrenal. Y es que todos tendemos a la maldad, como una rueda que corre cuesta abajo sin poder detenerse…

Decía el piadoso metropolitano Antimo: 

—Tal como no es posible sobrevivir sin proporcionarle al cuerpo los alimentos, el vestido y el sueño que le son necesarios, tampoco es posible vivir sin las virtudes de la fe, la esperanza y el amor.

La esperanza es el auténtico coraje de confiar y esperar en Dios, que fuera concedido al corazón del hombre por el resplandor divino, para que nunca pierda la confianza en el don de Dios, sabiendo que puede obtener, por medio del arrepentimiento, el perdón de sus pecados y cualquier otra petición para esta vida o para la eternidad.

Y después agregaba:

—Hay dos clases de esperanza: una buena y una mala. La buena tiene lugar conaudo el hombre confía en Dios para salvarse, o para obtener alguna otra cosa virtuosa, como dice David: “El Señor rodea de favores al que en Él ha confiado” (Salmos 31, 11). La esperanza es mala cuando esperamos que alguien más nos haga un bien o nos dé algo de las cosas perecederas de este mundo. Se trata, pues, de una esperanza falsa y vacía, como también dice David: “No confíen en los poderosos, en simples mortales, que no pueden salvar” (Salmos 145, 3).

El amor es la unión de muchos en el mismo camino hacia Dios, y la cima de todas las virtudes. Hay también tres clases de amor: uno divino, otro natural, y otro corrupto y perverso.

En otra ocasión, lleno de humildad, dijo:

—Debido a que la banalidad de este mundo nos ha cegado, lo único que nos regocija son las cosas que provienen de la oscuridad de lo terrenal. Y es que todos tendemos a la maldad, como una rueda que corre cuesta abajo sin poder detenerse. Y todo esto tiene su origen en nuestra falta de fe. Nuestros corazones se han petrificado en la maldad, como sucedió con el faraón, y nos hemos convertido en seres salvajes, sin rubor alguno e incapaces de controlarnos, hasta que finalmente terminemos cayendo en el abismo. 

Por eso, amados míos, como confesor y con todo el temor de Dios, les pido que espabilen y se arrepientan de todas sus faltas, porque Dios es misericordioso. Al ver nuestro arrepentimiento sincero, Él siempre nos perdona. Porque esto es lo que dice, en palabras del profeta Isaías: “Volveos a Mí y os salvaréis, confines todos de la tierra, porque Yo soy Dios y nadie más” (Isaías 45, 22).

Y después completó:

—Del mismo modo en que las ovejas no pueden estar sin su pastor, el pueblo tampoco puede estar lejos de sus prelados y sus padres espirituales. Por eso, les pido que acudan a mí como si fuera su padre, y yo los ayudaré a sanar, con el don de Cristo. Porque fue Él quien me encomendó que cuidara de sus almas, siendo ustedes mi rebaño, y el alma de cada uno pende de mi cuello; soy yo quien responde por ustedes, mientras sea su pastor.

Tal como el rey nos pide un tributo, así también Dios nos pide que tengamos fe y practiquemos el bien. Porque dice Cristo: “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Marcos 12, 17).

No osemos pensar que Dios se apiadará de nosotros, si antes no cumplimos con Sus mandamientos, según nuestras posibilidades. Si nos confiamos, terminaremos en un lugar del que ya no podremos salir. Renunciemos a todas nuestras maldades y hábitos perniciosos, esperando que Dios se apiade de nosotros, perdonándonos e iluminándonos con Su inmensa piedad.

(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie BălanPatericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 244-245)