¡Bendito seas, ayuno!
El ayuno eleva nuestra oración al Cielo. El ayuno es la madre de la salud, consejero de los jóvenes, atavío de los ancianos y compañero de viaje de los caminantes.
Ama la pobreza de Cristo, para que puedas enriquecerte con Su divinidad. Ama el beatífico ayuno, que es un sacrificio digno y agradable ante Dios. El ayuno es la carroza que nos lleva al Cielo. El ayuno engendra profetas y hace sabios a los que legislan. El ayuno es un buen guardián del alma y del cuerpo, es el arma de los valientes y la destreza de los que sufren. El ayuno es protección ante las tentaciones, edificación de toda sabiduría y convivencia con la lucidez. El ayuno es el coraje en la lucha. El ayuno extingue la fuerza del fuego y cierra las fauces de las fieras. El ayuno eleva nuestra oración al Cielo, es la madre de la salud, el consejero de los jóvenes, atavío de los ancianos y compañero de viaje de los caminantes. El ayuno hizo que Lázaro descansara en el seno de Abraham. Por eso es que también nosotros tenemos que amarlo, para poder ser recibidos en el seno de Abraham. Huyamos de las comidas abundantes y las bebidas que embriagan, porque la gula es la madre del desenfreno. La embriaguez, de hecho, hace que el Espíritu Santo se vaya de nosotros. El ayuno es el mejor régimen para gobernar una fortaleza. El ayuno es la paz de los hogares; el ayuno es custodio y dador de castidad.
El ayuno es la senda del arrepentimiento; el ayuno es el mar de las lágrimas contritas. El ayuno no ama nada del mundo. Luego, el ayuno no tiene cómo apesadumbrarnos.
El ayuno no tolera las injurias, porque el que difama a su hermano, aunque crea que ayuna, se asemeja a uno que saca agua y la vierte en un vaso agujereado. El Señor no acepta la oración del que habla mal de su hermano.
(Traducido de: Cuvinte de la Sfinții Părinți vol. I, Editura Episcopiei Romanului, 1997, pp. 56-57)