¡Cuán necesaria es la severidad del ayuno!
En estos casos, al pecado le sigue la amargura, las tribulaciones y el castigo correspondientes.
Todos sabemos que la avidez y la gula —que no son otra cosa que el hábito de comer y beber en exceso— causan enfermedades digestivas y trastornos del metabolismo, así como serios problemas cardíacos. Luego, la abstinencia que nos propone el ayuno es de gran utilidad. El desenfreno y la búsqueda de los placeres carnales llevan a la corrupción del alma y del cuerpo, que desenboca en un sinnúmero de conflictos y fenómenos como la desintegración familiar. También en estos casos, al pecado le sigue la amargura, las tribulaciones y el castigo correspondientes.
¡Cuán necesaria se vuelve, entonces, la severidad del ayuno y de la templanza espiritual y carnal! Al que es caprichoso y soberbio, y que gusta de ofender a los demás, se le suele responder con maldad y odio vengativo. Con esto, el pecado de la soberbia y de la indiferencia ante los demás recibe una retribución, un castigo. En este caso, no hay solución más radical que el santo ayuno, que la contrición más profunda y humilde, sumada a la oración ferviente a Dios, porque solamente Él puede disipar el orgullo humano. Todos los desórdenes de la vida espiritual y física, al igual que los castigos que vienen con ellos, provienen del quebrantamiento a las normas, leyes y reglas establecidas.
(Traducido de: Sfântul Luca al Crimeei, La porțile Postului Mare, Editura Biserica Ortodoxă, București, 2004, pp. 22-23)