Del bien que nos hace el ayuno
También el silencio es muy provechoso para guardar nuestro fervor, además de que te libra de otros pecados que provienen del no saber hablar poco.
El silencio y la soledad te liberan de tres clases de pecados: del pecado cometido con la vista, del pecado cometido con el oído y del pecado que cometemos al hablar en demasía. También el silencio es muy provechoso para guardar nuestro fervor, además de que te libra de otros pecados que provienen del no saber hablar poco.
El ayuno, a su vez, debilita el cuerpo, eleva el espíritu y nos prepara para la lectura, la reflexión y la oración; nos ayuda a alejar la verborrea y las murmuraciones que solemos proferir cuando estamos satisfechos, y nos exhorta a esforzarnos en la entonación de los salmos y la oración, y en cualquier otra regla espiritual, porque estas acciones nos impulsan hacia la piedad, iluminan nuestra mente y nos hacen más fervientes hacia lo espiritual y divino. Por lo tanto, quien quiera hacerse digno del don del ayuno, deberá poner atención y gran cuidado a sus sentidos, y ser moderado y mesurado en la comida, en las palabras y en sus movimientos; tendrá que amar el silencio y la quietud, y acudir con devoción a la regla de la Iglesia, y a todo aquello que en conjunto contribuye a esta provechosa causa.
(Traducido de: Agapie Criteanu, Mântuirea păcătoșilor, Editura Egumenița, 2009, p. 286)