El ayuno es una oportunidad más para cambiar nuestra vida
Sucede, entonces, que resultamos pensando que los que se afanan pierden, y nosotros somos quienes ganamos. ¡Pero, de hecho, es al revés!
Para podamos profundizar más en esto, recordemos las palabras del Apóstol: “Esto sería aprovecharte de Dios y de su inmensa bondad, paciencia y comprensión, y no ver que esa bondad te quiere llevar a la conversión. Si tu corazón se endurece y te niegas a cambiar, te estás preparando para ti mismo un gran castigo para el día del juicio, cuando Dios se presente como justo Juez.” (Romanos 2, 4-5).
Desde luego, muchos de nosotros estaremos dispuestos a acatar tales palabras. ¿Pero habrá acaso otros que se agiten con el espíritu y se debiliten en el corazón? ¡Que Dios se apiade de ustedes, hermanos! Abandonen por un momento la dejadez respecto a su propia salvación y comiencen a analizarse. ¡Cuántas cosas hallarán! Pero, atención, no sea que tales hallazgos, acumulados ya desde los primeros días del ayuno, consigan usurpar su esfuerzo y su preparación para recibir la Santa Eucaristía. Pero que tampoco suceda que, en vez de preocuparnos por esto, terminemos pasando el tiempo, satisfaciendo los caprichos del cuerpo y de nuestros pensamientos. Sucede, entonces, que resultamos pensando que los que se afanan pierden, y nosotros somos quienes ganamos. ¡Pero, de hecho, es al revés! Ellos reciben el perdón de los pecados, obtienen paz en su conciencia y se reconcilian con Dios, uniéndosele por medio de los Sacramentos y comenzando a gustar de la vida agradable a Él. Tristemente, en nosotros lo que prevalece es el mismo desorden y turbación interior, la misma insatisfacción y angustia, la misma carga de pecados y vicios, la misma desesperanza y el mismo tormento, que no hacen sino favorecer nuestro penoso estado, frente a quienes se han corregido y se han alegrado por tal cambio.
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Pregătirea pentru Spovedanie şi Sfânta Împărtăşanie. Predici la Triod, Editura Sophia, Bucureşti, 2002, p. 66)