¿Por qué hago postraciones, por qué me esfuerzo tanto?
El hombre, el fiel, demuestra con medios simples su amor, su entrega y su adoración a Dios. Este es, pues, el fundamento de todo esfuerzo hecho con el cuerpo, como las postraciones.
El esfuerzo físico hace que el cuerpo se queje, refunfuñe y se oponga, pero no puede conseguir que el alma deje de orar. Es como si, simplemente, subiéramos el volumen de la música, gozándonos con ella, y dejáramos de oir todos aquellos lamentos. En otras palabras, fortaleciendo la oración, el esfuerzo pasa a un segundo plano. Antes de quejarte por el esfuerzo físico, empieza la oración, porque, cuando te lamentas, la Gracia se va y te quedas con tus propias fuerzas. Si dices tres veces: “¡Señor Jesucristo, ten piedad de mí!”, avanzas con alegría. Dios te mira, extiende Su mano y te ayuda. A partir de este momento empieza la verdadera comunión con Él.
Cuando el afán físico —las postraciones, las vigilias, los sacrificios—se practica con amor, el cuerpo no es perjudicado. Cuando se hace libremente y por amor a Cristo, demostramos cuánto le amamos. Cuando amamos a alguien, no nos importa el esfuerzo que hagamos por aquella persona. Por ejemplo, somos capaces de subir una montaña, nos esmeramos, bregamos, sudamos... “¿Para qué haces todo esto?”, puede que alguien nos pregunte. “Porque amo a esta persona, porque sé que lo que hago le agradará”. El hombre, el fiel, demuestra con medios simples su amor, su entrega y su adoración a Dios. Este es, pues, el fundamento de todo esfuerzo hecho con el cuerpo, como las postraciones. No hacemos todo esto para ganar algo, sino porque el amor por Cristo no nos deja hacer las cosas de una forma distinta.
Alguien podría decir: “Yo tengo el amor en el corazón”. Sí, pero las postraciones y todos los demás sacrificios son necesarios, porque son formas, y por medio de estas formas intentamos llegar a la esencia. Si no llegamos allí, todo lo que hacemos es igual a cero. Así es. ¿Puedo ponerme a hacer piruetas, para que Dios me vea y se alegre? Bueno, eso no es precisamente lo que le agrada a Él. Tampoco agregamos nada a la gloria de Cristo con la honra que le presentamos. Nosotros tenemos esta necesidad de dar frutos. Actualmente han aparecido mil y una herejías. ¿Han visto de lo que son capaces esas personas? Hacen equilibrismos, sosteniéndose con la cabeza y manteniendo los pies en alto... Inventan terribles ejercicios físicos y se afanan en influenciar el alma con ellos. Nosotros no decimos lo mismo, sino cuando hacemos nuestras postraciones por Cristo, cuando la Gracia obra directamente en el alma, trayendo contrición, paz, serenidad y alegría. Pero, todo esto viene por la Gracia Divina y luego también el cuerpo obtiene un provecho.
(Traducido de: Părintele Porfirie, Ne vorbește părintele Porfirie, Editura Egumenița, p. 279-281)