¿Por qué tenemos que ayunar? He aquí una respuesta
¡No juzguemos a nadie! Que cada uno actúe según sepa hacerlo. Pero la regla del ayuno es algo que tenemos que respetar.
Se dice que no es lo que entra por la boca lo que ensucia al hombre… ¿Quién puede contradecir esas palabras? ¿Es que, quienes ayunan, se abstienen de consumir ciertos alimentos porque tienen miedo de ensuciarse con ellos? ¡Dios nos libre! No hay quien piense algo semejante. Son mentiras inventadas por los charlatanes de este mundo, para esconderse, de alguna manera, bajo la máscara de un comportamiento virtuoso. Quien infringe el ayuno se ensucia, es verdad, pero no con la comida en sí misma, sino con la vulneración de los mandamientos de Dios, con su desobediencia y su osadía. Y quienes ayunan, pero no mantienen puro su corazón, tampoco pueden considerarse “puros”. Luego, ambas cosas son necesarias: el ayuno físico y el ayuno espiritual. Eso es lo que se nos enseña por parte de los Santos Padres, eso es lo que cantamos en la iglesia. Si alguien no cumple esto, ¡no es culpa del ayuno! ¿Por qué renunciar al ayuno bajo este pretexto? ¡Sería bueno preguntarles a quienes no quieren ayunar, si mantienen puro su corazón! ¡Es imposible! Si con el ayuno y otros sacrificios apenas logramos refrenar nuestro valiosísimo corazón, ¡sin ayuno, esto resulta francamente imposible!
Un día, un stárets vio a un monje salir de una cantina. Entonces, le dijo: “¡No está bien lo que haces, hermano!”. Y el monje le respondió: “¿Por qué? ¡Si mi corazón se mantiene puro…!”. Entonces, el anciano le respondió con asombro: “¡Cuántos años he vivido como un asceta, ayunando severamente, orando…! Raras veces salgo de mi celda… ¡y aún no me he hecho de un corazón puro! Y tú, un joven principiante, deambulando entre cantinas, ¿eres capaz de mantener puro tu corazón? ¡Eso sería un gran milagro!”. ¡Eso es lo que tenemos que decirle a quien renuncie al ayuno!
En lo que respecta a aquellas palabras: “el que no come, que no juzgue al que sí come”, estemos atentos. Esas palabras son solamente una guía. Contándonos entre quienes ayunan, agradecemos ese consejo o esa exhortación. Pero quien no ayuna no queda libre de la obligación de ayunar y de su responsabilidad por no hacerlo. Quien juzga al que no ayuna, peca, pero el que no ayuna no se hace justo con esto. ¡No juzguemos a nadie! Que cada uno actúe según sepa hacerlo. Pero la regla del ayuno es algo que tenemos que respetar. No permitamos, pues, que cualquier libre-pensador invente cosas falsas sobre todo esto.
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Învățături și scrisori despre viața creștină, Editura Sophia, București, 2012, pp. 133-134)