Sobre el período de ayuno que estamos empezando
A lo largo de estas dos semanas, estamos llamados a intensificar nuestras oraciones a la Santísima Virgen y comulgar con el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo. En este sentido, la Iglesia nos recomienda orar con la Paráclesis a la Madre del Señor.
El ayuno de la Dormición de la Madre del Señor es uno más severo, que se guarda según las disposiciones del ayuno de la Gran Cuaresma. El Gran Tipikon y el Gran Horologion prescriben el ayuno estricto los lunes, miércoles y viernes de este período, hasta la Hora IX, cuando se consume solamente comida seca. Los martes y los jueves se permite consumir legumbres hervidas, sin aceite, y los sábados y domingos está permitido consumir aceite y vino.
El origen el ayuno de la Dormición de la Madre del Señor se remonta al siglo V, cuando el culto a la Madre del Señor comenzó a conocer un desarrollo más grande, y cuando creció la importancia de la fiesta de su Dormición.
Al comienzo, ni el período, ni su duración, ni la forma de ayunar eran iguales en todo el mundo. Por ejemplo, en la zona de Antioquía, los cristianos ayunaban un solo día (el 6 de agosto), otros más días (4 en Constantinopla y 8 en Jerusalén), en la parte más oriental se ayunaba en agosto, razón por la cual se le llamaba “Ayuno de agosto”, otros en septiembre (como los occidentales), y otros simplemente no ayunaban, considerando que la fiesta de la Dormición es motivo de gran alegría, porque la Madre del Señor pasó de la tristeza de este mundo a la felicidad celestial, para situarse al lado de su Hijo amado.
Fue hasta el siglo XII que la fecha y la duración del ayuno quedaron establecidas en su forma actual, en el Concilio Local de Constantinopla (1166), que fue presidido por el patriarca ecuménico Lucas Crisoberges, quien dispuso que el ayuno empezara el 1 de agosto, con una duración de 14 o 15 días, hasta la fiesta de la Dormición de la Madre del Señor (15 de agosto).
A lo largo de estas dos semanas, estamos llamados a intensificar nuestras oraciones a la Santísima Virgen y comulgar con el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo. En este sentido, la Iglesia nos recomienda orar con la Paráclesis a la Madre del Señor, donde la llamamos “auxiliadora y protectora”, “tesoro de sanación”, “intercesora ferviente y muro invencible” o “refugio de los cristianos”. Así pues, ponemos nuestra esperanza en su protección, en su auxilio, confiando en que su mediación ante el Señor nos ayude en las aflicciones y necesidades de nuestra vida.
Refiriéndose a este período de ayuno, Su Beatitud Daniel, Patriarca de Rumanía, subraya que el oficio litúrgico de la Paráclesis “nos exhorta a que, en el tiempo del Ayuno de la Dormición de la Madre del Señor, unamos la oración con un estado de contrición, pidiendo el auxilio de la Madre del Señor, para que nos hagamos obedientes a Dios, sabiendo que ella es un modelo de sumisión, humildad, santidad y entrega a Dios. Recitando la Paráclesis, nuestro pueblo siente una fuerza espiritual, auxilio, gozo y paz. Luego, la Paráclesis es una fuente de poder espiritual, un manantial de valor, de aliento y de victoria sobre las tentaciones, los sufrimientos, las enfermedades y las tribulaciones. Por tal razón, la Paráclesis es muy amada por nuestro pueblo¸ porque es de gran beneficio espiritual”.
En este período no se celebran bodas ni onomásticas, porque tales eventos suelen festejarse con alegría y con banquetes especiales, los cuales no se ajustan a la atmósfera de humildad, sobriedad y arrepentimiento, específica de los períodos de ayuno.