Palabras de espiritualidad

¡Todo lo que has recibido por parte de Dios, te ha sido dado en préstamo…!

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Compra, con tu esfuerzo, el descanso; con tu vigilia, poder ver a Dios; con tu ayuno y tu sed, el gozo de las bondades eternas. Hombre, asienta bien tu mente y tu entendimiento; ten, en tus ojos, la mirada de Dios; observa, debajo tuyo, la tierra a la que volverás; mantén en tus oídos la obediencia a las Escrituras...

Todo lo has recibido de parte de Dios: el entendimiento, la razón, la pericia y tu propia mente. Y todo ello se halla sometido a ti. Además, todo lo que hay en este mundo, en las montañas, en los ríos... todo fue dejado para que te alimentes de ello. Pero todo eso te fue dado en préstamo, para que pagues, a cambio, con justicia, mansedumbre, amor, humildad y misericordia. Y Él te dará otros dones que ningún ojo ha visto antes ni oído ha escuchado, cosas que desconoce el mismo corazón humano, porque se trata de aquello que Dios ha preparado para quienes le aman.

Hombre, mientras andes por los parajes de esta vida, mientras dure tu existencia, compra, con tu caridad, la misericordia de Dios; con tu humildad, la gloria eterna; con tu justicia, la vida eterna; con tu pureza, la corona de la salvación; con tu mansedumbre, poder entrar al Paraíso; con tu oración, poder vivir junto a los ángeles. Compra, con tu esfuerzo, el descanso; con tu vigilia, poder ver a Dios; con tu ayuno y tu sed, el gozo de las bondades eternas. Hombre, asienta bien tu mente y tu entendimiento; ten, en tus ojos, la mirada de Dios; observa, debajo tuyo, la tierra a la que volverás; mantén en tus oídos la obediencia a las Escrituras; mantén, en tu corazón, los suspiros por causa de tus pecados; en tu lengua, la verdad; en tu boca, la oración; en tu mano, la entrega a los más necesitados; en tu alma, la serenidad; en tu cuerpo, la pureza; en tu vientre; el hambre; en tus rodillas, postrarte ante Dios. Y si sabes guardar todo esto, podrás tomar parte de la luz y del Reino de los Cielos, haciéndote heredero de la felicidad eterna y habitante del Jerusalén celestial. ¡Gloria a nuestro Dios, ahora y siempore y por los siglos de los siglos! Amén.

(Traducido de: Î.P.S. Pimen Arhiepiscop al Sucevei şi Rădăuţilor, Din cuvintele duhovniceşti ale Sfinţilor Părinţi, Editura Arhiepiscopiei Sucevei si Radautilor, Suceava, 2003, p. 240)