El ayuno, en general, es abstinencia y mesura. Mesura al comer, al beber y al hablar; es, además, autocontrol y saber refrenarse de todo aquello que nos perjudica.

Los profetas, los apóstoles y todos los Santos Padres subrayaron la importancia de practicar el ayuno físico y espiritual, para poder someter el mal que haya en nosotros.

En realidad, no es nada fácil vigilarte permanentemente, resistir las tentaciones interiores y exteriores, renunciar a tu propia voluntad y humillar tu cuerpo y tu alma, con el anhelo sincero de vencer el mal que vive en tu interior y modelarte de acuerdo a la voluntad de Dios.

Por eso, el esfuerzo del ayuno es considerado un sacrificio de cuerpo y alma que presentamos ante Dios y, al mismo tiempo, una muestra del amor que sentimos por Él, cumpliendo con este primordial mandamiento dejado a nuestros ancestros, ya desde los inicios del mundo.

El ayuno pleno, el ayuno cristiano agradable a Dios, debe ser siempre acompañado de oración y caridad, que los Santos Padres consideran las alas de nuestra esfuerzo.

Debe ponerse énfasis en el ayuno espiritual. Si nos dejamos dominar por los deseos de pecado y las pasiones, aunque ayunemos con el cuerpo, estaremos apartando de nosotros la Gracia de Dios y perderemos toda recompensa por haber ayunado.

(Traducido de: Părintele Sofian Boghiu, Smerenia și dragostea, însușirile trăirii ortodoxe, 2002, pp. 132-133)