De la forma en que debemos practicar el ayuno y demás trabajos espirituales
San Máximo el Confesor nos enseña que el rostro es el ícono de nuestra vida entera, y la cabeza, el símbolo de la mente. Por lo tanto, lavarnos la cara significa limpiar nuestra vida de toda la suciedad del pecado, y ungirnos la cabeza significa hacer que nuestra mente brille con el conocimiento divino.
Si no estamos atentos, el ayuno acompañado de la oración, y todos nuestros demás esfuerzos y sacrificios relacionados con este, pueden ser estropeados por el maligno. Por eso, el Señor nos enseña: “Cuando ayunéis, no estéis tristes como los hipócritas, que desfiguran su rostro para hacer ver a la gente que ayunan. Os aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lávate la cara, para que los hombres no se den cuenta de que ayunas, sino tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mateo 6, 16-18).
Al ayunar, mantengamos siempre presente la Parábola del publicano y el fariseo. Obremos con amor todos los sacrificios del ayuno, pero no los mostremos públicamente y sepamos guardarlos con humildad. Ataviemos la mustiedad natural del cuerpo con la alegría del corazón y del rostro, pensando en el provecho que nos ofrece el ayuno. La unción de la cabeza y el lavado del rostro no son cosas que deban cumplirse literalmente, sino con un sentido espiritual. San Máximo el Confesor nos enseña que el rostro es el ícono de nuestra vida entera, y la cabeza, el símbolo de la mente. Por lo tanto, lavarnos la cara significa limpiar nuestra vida de toda la suciedad del pecado, y ungirnos la cabeza significa hacer que nuestra mente brille con el conocimiento divino.
(Traducido de: Protosinghelul Petroniu Tănase, Ușile pocăinței. Meditații duhovnicești la vremea Triodului, Editura Mitropoliei Moldovei și Bucovinei, Iași, 1994, p. 37)