El ayuno y la oración nos llevan a Dios
La oración, para ser recibida o, mejor dicho, para que pueda dar frutos, debe ser acompañada del ayuno.
Al descender nuestro Señor del Monte Tabor, en donde se había transfigurado, vino a Su encuentro un hombre que tenía un hijo lunático. Atendiendo las súplicas de aquel padre, Cristo sanó al muchacho. Cuando los Apóstoles preguntaron: “¿Por qué fue que nosotros no logramos echar ese demonio?”, Él les respondió: “Por su poca fe... porque esta clase de demonios sólo puede ser expulsado con oración y ayuno” (Mateo 17, 20-21; Marcos 9, 28-29).
Partiendo de estas palabras de nuestro Señor Jesucristo podemos darnos cuenta de una gran verdad, y es que la oración, para ser recibida o, mejor dicho, para que pueda dar frutos, debe ser acompañada del ayuno. Ayuno y oración son como dos alas que nos ayudan a elevarnos a la altura de lo espiritual, cubiertos permanentemente por el don de Dios.
(Traducido de: Protosinghel Nicodim Măndiță, Învățături despre rugăciune, Editura Agapis, București, 2008, p. 97)