Este es el ayuno que le agrada a Dios
“¡Lavaos, purificaos, alejad vuestras malas acciones de Mis ojos! ¡Dejad de hacer el mal!”
En el Antiguo Testamento, además de los ayunos establecidos por el pueblo israelita o por algún grupo de personas, tenemos también otros ayunos individuales, personales. Por ejemplo, el profeta Moisés ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches en el Sinaí cuando fue a recibir los diez mandamientos de Dios. En ese tiempo, “no comió pan ni bebió agua”, como dice Éxodo 34, 28. También Elías ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches, mientras caminaba hacia el Monte Horeb (III Reyes, 19, 8-12). También el profeta Daniel se dedicó al ayuno severo. Él mismo nos dice que “no comí pan gustoso; no entraron en mi boca ni carne, ni vino” (Daniel 10, 2-3). Con ayuno y arrepentimiento respondieron los habitantes de Nínive a la advertencia de Jonás: “Los ninivitas creyeron en Dios, decretaron un ayuno y se vistieron con ropa de penitencia, desde el más grande hasta el más pequeño” (Jonás 3, 5). Y con esto se libraron de ser asolados.
También los profetas del Antiguo Testamento hablan de la importancia del ayuno. Ayunando, los israelitas debían volver al Dios Vivo y Verdadero: “Y ahora -dice el Señor- volved a Mí de todo corazón con ayunos, llantos y lamentos; desgarrad vuestro corazón, no vuestros vestidos; volved al Señor, vuestro Dios, porque Él es clemente y misericordioso, lento a la ira, lleno de lealtad y no le gusta hacer daño. (…) ¡Tocad la trompeta en Sión, proclamad un ayuno sagrado, convocad una asamblea!” (Joel 2, 12-15). El profeta Isaías observa el peligro del ayuno formal, y expone los elementos que conforman el ayuno verdadero, el ayuno que le agrada a Dios y que puede borrar los pecados: “Novilunios, sábados, asambleas..., ¡ya no soporto más sacrificios ni fiestas! Vuestras solemnidades me son aborrecibles: se me han vuelto un peso, y estoy harto de aguantarlas. Cuando extendéis las manos, aparto Mis ojos de vosotros; aunque multipliquéis vuestras plegarias, no las escucho. Vuestras manos están llenas de sangre. ¡Lavaos, purificaos, alejad vuestras malas acciones de Mis ojos! ¡Dejad de hacer el mal! Aprended a hacer el bien, buscad lo que es justo, socorred al oprimido, haced justicia al huérfano, defended a la viuda” (Isaías 1, 13-17)
“¿No sabéis cuál es el ayuno que me agrada? Abrir las prisiones injustas, soltar las coyundas del yugo, dejar libres a los oprimidos, romper todos los yugos; repartir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que veas desnudo y no eludir al que es tu propia carne. Entonces surgirá tu luz como la aurora y tus heridas curarán en seguida; tu justicia marchará ante ti y tras de ti la gloria del Señor. Entonces, si clamas, el Señor responderá a tus gritos; dirá: ¡Aquí estoy! Si apartas el yugo de tu lado, el gesto amenazante y la mala idea” (Isaías 58, 6-9).
(Traducido de: IPS Symeon Koutsas, Postul Bisericii. De ce, când și cum postim?, Editura Apostoliki Diakonia, Athena, 2011)