Palabras de espiritualidad

Lo que nos da el ayuno

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Translation and adaptation:

La relación con Dios se establece sobre la base del conocimiento de uno mismo, en una relación de amor con nuestros semejantes.

San Basilio el Grande dice: “El ayuno es el mejor guardián del alma, el más firme compañero del cuerpo, el arma de los valientes, la fuerza de los atletas. El ayuno aleja los malos espíritus, llama a la piedad, despierta el amor a la austeridad, inspira la modestia, nos da valor en la guerra y nos enseña a amar la paz. El ayuno le da alas a la oración, para que esta se pueda elevar y penetrar en los Cielos. El ayuno es el pilar de los hogares, padre de la salud, consejero de los jóvenes, atavío de los ancianos, agradable compañero del viajero, amigo fiel de los esposos”.

Si el ayuno te da todo esto ¿todavía necesitas algo más?

Si renuncias al ayuno, es como si tú mismo te desarmaras.

Si el joven aprende hoy a abstenerse de ingerir alimentos animales en determinados períodos, cuando crezca sabrá abstenerse de las drogas, el tabaco y el alcohol. La lección de la abstinencia, de las prohibiciones que en un momento dado salvan al cuerpo y al alma, ayuda al hombre a vencer muchas tentaciones y tribulaciones.

Puede que hoy digas: “Mi hijo aún es un escolar... prefiero que no ayune, para que pueda aprender mejor”. Esto es un error, porque uno puede aprender aun comiendo solamente vegetales, frutas, pan… De hecho, cuando ayunas tu mente se vuelve más ágil, más libre; tu cuerpo se aligera y puedes emprender esfuerzos aún más grandes.

El cristiano tiene la prueba del ayuno, que le enseña a abstenerse y a dirigir su mente a las bondades espirituales, en vez de las materiales. (El ayuno) le enseña a abrir las puertas del Cielo y del alma con la llave de la oración. Uno de nuestros Santos Padres decía que quien sea capaz de dominarse a sí mismo, será también capaz de dominar a los demás con la sabiduría de su espíritu y de su mente. Pero sucede que el hombre se observa a sí mismo de forma superficial, y está siempre dispuesto a ceder ante el primer impulso en todo lo que hace, sin aconsejarse con su ángel, sin dialogar con la Gracia con la que fue deificado.

Aquellos que no confían en sí mismos también pierden con facilidad la confianza en Dios… Y la relación con Dios se establece sobre la base del conocimiento de uno mismo, en una relación de amor con nuestros semejantes.

(Traducido de: Adrian Alui Gheorghe, Cu părintele Iustin Pârvu despre moarte, jertfă și iubire, Editura Conta, 2006 p. 95-96)